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Papones y paponas del Sacramentado

León

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Cuentan las malas lenguas que alguna vez vieron llover en una procesión de la cofradía del Sacramentado. Quiá. Habladurías. A la Sacramental y Penitencial le augura el parte meteorológico hoy otra tarde gloriosa para su acto central y un año más, la congregación de esencia sevillana por excelencia, la más andaluza de cuantas pujan por el empedrado leonés, sale a la calle dispuesta a poner en escena su peculiar escenografía y ese estilo de procesión tantas veces ensayado durante tantos domingos en el Mercado de Ganados.

A Nuestro Padre Jesús de la Esperanza Cautivo ante Anás le acompaña hoy en su peregrinar el sonido de La Victoria. A la Virgen de la Piedad y el Milagro, la Agrupación Musical del Dulce Nombre de Jesús Nazareno y a Nuestra Señora la Virgen de la Esperanza, las Bienaventuranzas. Además de ver, hay que escuchar la procesión de hoy.

«¿Por qué me preguntas a mí?» le dice Jesús a Anás sobre su trono, en un momento estelar que inmortaliza la gubia de Jaime Babio en el gesto del señor, con un dolor contenido sobrecogedor.

De su habitual palacio en la Basílica de San Isidoro baja hoy por vez única en todo el año la titular de la cofradía que es Amparo de Todos los Leoneses, tal y como reza su nombre. La que en su leyenda obró el milagro de sudar sangre. Santo Martino lo interpretó aquella vez como un augurio de que León sería atacado por su peor enemigo, Castilla. Pero entonces, felices tiempos, el invasor no pasó de Puente Castro. Hoy, la plaza que toma el nombre del mismo santo es epicentro de la salida y llegada de la procesión.

La talla de Nuestra Señora de la Esperanza cierra el cortejo. Donada la efigie por una hermana anónima de la cofradía y respetado el compromiso de que su nombre no ingrese en la hemeroteca, no debe el espectador dejar pasar sin más el imponente palio que la cobija. Ni tampoco los dos actos fundamentales de la tarde, la interpretación de la Coral Isidoriana en la Plaza de San Isidoro ni el momento en el que ante la capilla del Cristo de la Victoria, los sones de una de las procesiones mejor acompañadas en el sonido hacen arte a la hora del ocaso.

«Cofradía, disciplina, penitencia, silencio y esperanza». Los bastiones sobre los que se asienta el devenir del Sacramentado, toman la calle esta tarde en una mezcla de hombres y mujeres, de mayores y pequeños, de emociones y respetos que llevan la segunda sesión de la semana de diez días a un deleite peculiar. Con una oblea y una limonada en la mano, la vida se ve de otra manera. Y la procesión también.

En el intimismo reservado a la esencia pura de la Semana Santa, el Sepulcro celebra su misa de admisión de hermanos. Es rito. Es historia. Los nuevos penitentes de la recia formación que hoy acampa en las Concepcionistas dan la bienvenida a la vida y a la Semana Santa a sus últimas incorporaciones.

Es media hora antes de que en Las Benedictinas, Nuestro Señor Jesús de la Redención, teñido a rojo y negro, reciba el beso emocionado de sus hijos y el canto de las Madres que honran al titular de la cofradía, impaciente ya porque llegue mañana su hora.

Pero esa canción va en el siguiente disco. No toca ponerle todavía guión a esa película.