CAPILLOS ARRIBA
En la piel del suplente
Aver por favor, alguien que deje pujar un rato a este hermano», reclamaba ayer uno de los braceros mayores durante la procesión de Jesús de la Esperanza. Sin duda, esta es una de las frases más repetidas dentro de la Semana Santa, pese a que no todos los papones la reciben con el mismo agrado. Acostumbrados —propios y extraños— a contemplar las imágenes en movimiento a hombros de leoneses cuyo anonimato queda seguro bajo el siempre socorrido capillo, hoy me acerco a la figura del suplente, esa pieza indispensable en todo Paso que sin embargo no siempre alcanza su minuto de gloria.
«Cada cofradía tiene sus manías», dicen, aunque la mayor parte de ellas respetan los mismos cánones a la hora de organizar a los braceros. Mañana, por ejemplo, los hermanos que participan en la Procesión de la Pasión están citados a las 19.00 horas en Santa Nonia para pasar lista. Ni un minuto antes, ni uno después. Llegar tarde significa que el titular del brazo pierda su puesto en favor de un suplente, incluso si la ausencia se prolonga en el tiempo sin justificación, podría acarrearle la pérdida de tan costoso privilegio. La veteranía es el principal grado para ocupar la almohadilla de un Paso en León.
Rubén está nervioso. En apenas 24 horas se enfundará la túnica negra como cada Lunes Santo, pero esta vez con la mayoría de edad en la cartera y su nombre inscrito entre los múltiples suplentes que hacen grande a la Virgen de Angustias. Quizá -espera- «pueda hacer algunas ‘tiradas’ cuando se acerque el final». Sólo el cansancio y la sensatez de algún titular tienen la respuesta.
José María, en cambio, ya sabe lo que es cargar con la Virgen del Mercado por segundo año. «Fueron unos pocos minutos, pero sentí el mayor orgullo de mi vida», confiesa. Él ya ha experimentado lo que es mecer a la Morenica, el peso que acarrea tan venerada imagen no sólo en su hombro, sino en el alma. Ahora conoce secretos que pocos imaginan, aprende las técnicas; cómo debe girarse en una esquina, qué es rasear, cómo se baila el Paso cuando la marcha cobra fuerza, la forma de colocarse para levantar el trono, el paso ordinario por si llueve o alguna calle estrecha lo requiere... Se considera «un afortunado» y en realidad lo es.
Y es que hay otros tantos papones a quienes la juventud se les va quedando ya vieja y aún así no han tenido el honor de pujar nunca a su amada imagen. Sea la que sea. Su rutina es siempre la misma, un ejemplo de humildad para muchos. Cuando escuchan su nombre al pasar lista gritan «presente», algunos revolotean alrededor del seise por si les encuentra un hueco libre a última hora, pero la mayoría conoce su misión; aguardar prestos junto al Paso por si surge el momento. Tristemente no siempre llega, a pesar de que algunas cofradías se esmeran cada año por garantizar los relevos. En este aspecto tampoco existe una ley común, pero el Dulce Nombre de Jesús Nazareno ya puso en práctica una exitosa iniciativa durante la JMJ de Madrid en 2011 o en su Centenario. Organizó varias cuadrillas de braceros previamente igualadas que fueron sucediéndose en riguroso orden a lo largo de la procesión. Todos los hermanos pujaron. Cierto es, que hay cofradías escrupulosas con este tema y cuidan tanto a titulares como suplentes, pero no es lo habitual.
Sé de más de uno, que bajo su capillo ha llorado alguna vez con amargura porque tras varias horas de procesión vuelve a casa de vacío, sin que nadie se haya puesto en su lugar. Esa es su particular penitencia. Como algún abad señalaba hace pocas fechas, «si hoy no cuidamos a los suplentes, mañana no habrá Semana Santa». Cuidemos pues a los suplentes.