Diario de León

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León

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Los mismos que ayer asistían a la entrada triunfal del aclamado rey en una Jerusalén sin templo pero fortificada por su majestuosa Pulchra , serán quienes dicten sentencia el Viernes Santo al paso del Ecce Homo por la Plaza Mayor. Todos se lavarán luego las manos, como buen Pilato, conscientes de la injusticia cometida. Todos menos los inocentes, los señalados por el hijo de Dios como ejemplo a seguir para acceder a su reino; los niños.

Ellos son quienes imponen cordura entre sus mayores, preocupados tantas veces por ‘ser’ en vez de por ‘estar’. Ellos aguardan impacientes en primera fila a que pase la procesión, asustados por los tambores que anuncian batalla, nerviosos porque un papón de fila les estreche la mano. Ellos y los que son como ellos pero vestidos de papones casi desde la cuna, le dan sentido a toda una semana de pasión. Estos últimos visten túnica igual que sus progenitores, que suelen acompañarlos de la mano durante el trayecto, pero ¿y qué hay de sus madres? Ellas también son paponas, pero de acera y sin capillo. Hoy quiero acercarme a su figura para conocer cómo viven y preparan a sus pequeños antes, durante y después de procesionar.

Rodrigo se vistió por vez primera como su padre con apenas ocho meses. Desde entonces —al igual que otros tantos— no se pierde una, escoltado por su gran ‘héroe’ en el interior y vigilado de cerca por su madre en el exterior. Ella ‘puja’ la silla, por si el pequeño se cansa. Aunque no se permite que coman durante la procesión, cuando son muy bebés no perdonan el biberón, camuflado bajo una tela hecha a media y con el escudo de la propia cofradía bordado. Incluso me dicen que hay sillitas ‘tuneadas’ casi hasta las ruedas con los colores de turno.

La vestimenta también es muy especial. Por detrás del pantalón va escondida una goma por si es necesario hacer un pis y el artículo más complicado de encontrar son los zapatos de charol, que se suelen comprar en Oviedo con semanas de antelación. La túnica, por su parte, esconde en sus bajos tela suficiente para aguantar el inevitable crecimiento de los niños y lo que más muta es el capillo. La mayor parte de ellos salen en más de una procesión, así que las bocamangas no se cosen como se hacía antaño, sino que se utilizan corchetes para agilizar el cambio.

Los que participan en la Procesión de los Pasos de Viernes Santo, en general, no se incorporan hasta después del descanso, el reposo del guerrero bien lo merece. «Al final todas las madres nos conocemos, somos una pequeña familia ya», reconocen.

Ellas se mantienen ahí, pero nadie las ve excepto su pequeño. Ellas planchan la túnica o la llevan a arreglar, consuelan si hay lloros, sonríen para reconfortar y cuando todo termina, simplemente están.

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