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El obispo de León, Julián López, recibió ayer al preso indultado y a los 14 internos que pujaron.

León

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José Luis Flores Dávila cree en el poder de la palabra. Y se lo ha entregado a compañeros presos analfabetos con la generosidad del que sabe lo que vale la libertad y perderla; y «que te miren como a un marciano con antenas, porque has cometido un error. Yo también miraba así a los presos».

«La vida es una escalera. Hay que subirla escalón a escalón. Si se aprovecha algo del día a día, el futuro tiene que ser bueno». Y la palabra permite «razones, reflexiones, arrepentimientos». Ojalá le sirva en San Cristóbal, el ojo del huracán de la renovada violencia venezolana. Allá donde el preso indultado ayer en la ceremonia del Locus Locus Apellationis, ante la Catedral en la procesión del Santo Cristo del Perdón, dejó una vida y tres hijas («dos gemelitas y una más pequeña») para derrochar tres años (dos en Mansilla) en las cárceles españolas porque «me dejé presionar, por deudas.... por tonto».

Flores abandona la cácel con el capillo del Perdón, y deja en Villahierro quizá no más listos, pero sí más sabios. «No querían nada. Y ahora, con 50 ó 60 años, han aprendido a leer y escribir...» Esa fue su contribución a los módulos de respeto de droga y español para extranjeros, en los que se ha volcado en la prisión de Mansilla de las Mulas. Enseñar a otros internos que ni sabían ni (creían ellos) querían aprender a leer y escribir.

Insiste en «razonar» y «rectificar», porque «todos merecemos una segunda oportunidad». Flores piensa aprovecharla, aunque sabe que el panorama que dejó en Venezuela está muy lejos de las dificultades actuales. «Pero puede más el futuro de mis hijas. Volver a mi origen, inculcarles la fe, seguir adelante con un futuro digno».

Y el pensar volver a la docencia en su especialidad en pedagogía infantil, muy lejos de la que ha practicado últimamente. Cinco años para sacar la licenciatura y cuatro de especalidad truncados por un delito de tráfico de estupefacientes. «A mis compañeros les digo que aprendan de esta experiencia no como algo malo, sino como un proceso de reinserción, para no volver a cometer errores».

Su futuro se dibuja en un país y una ciudad que «no van a estar como les dejé. Pero, aunque sea muy sencillo y humilde, no hay nada como el hogar».

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