Una mujer, mayordoma de cofradía en el XVIII
Marina Rodríguez llevó en 1766 los destinos de la de la Virgen del Rosario en San Pedro Castañero.
Entre la imagen colorista, variopinta, irreductible de un Brueghel y la apología de lo comunitario, lo propio, lo de casa, a lo Fuenteovejuna, la vida de San Pedro Castañero dista mucho de una idea simplista de la vida rural en el Antiguo Régimen. Fragmentada como sobrevive en los innumerables legajos aparentemente sin importancia apilados en los archivos, la Historia del lugar deja vislumbrar un razonado orgullo de pertenencia e identidad comunal, un espíritu indómito como de hidalguía predominante que cobra protagonismo en torno a tres mujeres: Ana de Neyra y Castro en el siglo XVI y las coetáneas: Francisca Buelta y Marina Rodríguez en el XVIII.
Ana de Neyra y Castro, casada con Fernando de Mendaña, hermana de Lope García de Castro —gobernador y virrey del Perú— y tía del explorador y conquistador de los mares del Sur —Álvaro de Mendaña— quien mantiene una denodada lucha judicial en defensa del apellido Mendaña, frente a las pretensiones del marqués de Astorga sobre el señorío jurisdiccional de San Pedro Castañero. A la muerte de su marido, impuso el nombramiento de su hijo Lope, de cinco años, como señor jurisdiccional del barrio de Abajo del enclave, reservándose ella la administración. Lope no decepcionó, al cumplir con una vida de libro de caballerías. Primero bajo el patrocinio de su tío el marqués de Villafranca, recién nombrado virrey de Nápoles y posteriormente en el séquito de su otro tío, Lope García de Castro, cuando éste partió al Perú como gobernador y virrey. Expedición que congregó a San Pedro Castañero, todo entero, al ser acompañado en el viaje por su mujer, María Rodríguez Ossorio y cinco convecinos hidalgos, amén de un jovencísimo Álvaro Rodríguez de Mendaña, quien nunca más pisaría el Bierzo. Lope de Mendaña, sí volvió al Bierzo y lo hizo para quedarse, para construir un palacio moderno sobre el antiguo Casar de los Álvarez y acrecentar su señorío y su prole.
Las Cofradías religiosas se convirtieron en gestoras del destino implacable que enfrenta a todo mortal consigo mismo. —¡Qué mejor mérito para la buena muerte que las cofradías asistenciales, con sus convecinos cofrades, mujeres y hombres: la de la Veracruz, la de Ánimas, la del Santísimo, la de Nuestra Señora del Rosario!— Acumularon aportaciones voluntarias, donaciones, legados, ofrendas, a cambio de misas. Se monetizaron los responsos en una genuina creencia de que sólo mueren del todo quienes no tienen quien los recuerde. Y eso ciertamente fue lo que pensó Francisca Buelta al renunciar a sus bienes privativos para poder llevar adelante «de mancomun y con licencia del dicho mi marido» su empeño de mayorazgo sobre el quinto de mejora y fundación de 40 misas para siempre jamás, en la certeza de que al vincular el mayorazgo al primogénito previa fianza de 500 ducados, reforzaba su linaje y al pignorarlo en beneficio del pago de dos reales por cada una de las cuarenta misas anuales —cuya administración correspondía a la Cofradía de las Ánimas— se aseguraba la memoria para ella, su marido y cuantos estuvieran llamados a suceder en el mayorazgo. El mayorazgo Álvarez-Buelta que con primogénito nombrado, ella detentó en solitario desde la muerte de Francisco Albarez en 1739, hasta la suya propia en el 1756, demostrando que lo vetado a las mujeres, en San Pedro Castañero podía no serlo.
Las cofradías, depositarias de ingentes cantidades de dinero y propiedades diversas, se convirtieron en una especie de institución monetaria en un mundo sin bancos. Así se concluyeron los censos redimibles, o entrega de una determinada cantidad de dinero a cambio de unos réditos del 3% según Real Pragmática y hasta que el principal no fuera redimido, afianzando además el pago de tales réditos con prenda o hipoteca de bienes propiedad del obligado. En esta categoría, el estudio de documentos ha arrojado luz sobre un hecho excepcional y único. Al menos durante el año 1766, una mujer ocupó un cargo de contenido público. En un censo de 300 reales, Marina Rodríguez aparece nombrada como ejerciendo de mayordoma en representación de los intereses de la milagrosa imagen de la Virgen del Rosario. Cofradía de menor importancia que la de Ánimas o Veracruz, pero que contaba con amplios haberes, derivados de las menciones especiales que los legatarios solían hacer en sus disposiciones.
Resulta sugerente imaginar a Marina Rodríguez, de 70 años, ejerciendo la autoridad aferente a su posición comunal, concluyendo foros, censos redimibles, arrendamientos. Convocando estos últimos a toque de campana en el prado concejil junto a la iglesia y adjudicándolos al mejor postor. Negocios jurídicos que permitieron facilitar el acceso a la tierra a convecinos que de otro modo poco podrían prosperar.
El contenido público del cargo de Marina Rodríguez, nos hace reflexionar sobre el alcance del porqué de la excepcionalidad. Tal vez basado en la categoría social de la propia Marina Rodríguez, o en su prestigio personal. De los archivos trasciende que nació en 1696 y que su relación con los poderes fácticos era muy estrecha. Basta analizar las múltiples menciones a rectores del codiciado beneficio de la parroquial de San Pedro Advíncula: Marina Rodríguez Freixo, era sobrina de los hermanos Melchor y Diego García Cienfuegos, rectores de la parroquial, cada uno en su tiempo. Y ellos eran primos del presbítero Joseph Argüelles y Mendoza y sobrinos a su vez de Gregorio Morán, también rector en torno a 1675
También dejan ver las actas, que por matrimonio con Pedro Buelta, Marina Rodríguez Freixo, era cuñada de la poderosa Francisca Buelta. Tuvo más de cinco hijos, uno de ellos, Bernabé, ejerció como juez en torno a la fecha en que ella fue mayordoma. Su cuñado —Juan Buelta el joven— también ejerció como juez en años próximos a 1714. Además su suegro, Juan Buelta el viejo —descendiente de los Buelta que a principios del XVII habían perdido el señorío de Toreno— había conseguido unir los destinos de su familia con los de San Pedro Castañero, al juntar durante su mayordomía de la Cofradía de la Veracruz (1688-89) dinerario vecinal suficiente para costear el retablo de la ermita del Santo Cristo del Cubillo por 1882 reales, siendo él mismo alcanzado en 184 reales como reza en el libro de cuentas de la cofradía.
Hija de Joseph Rodríguez y María Freixo, Marina aparece muy relacionada con la familia Sierra (Pambley). Su sobrino Pedro fue apadrinado en 1707 por Pedro Benito de Sierra y Valdés, rector de la parroquial y probable hermano de Nicolás de Sierra, mayorazgo de la casa de Pambley. Éste aparece en 1710 en San Pedro Castañero como padrino de otro sobrino de la mayordoma: Diego Antonio Rodríguez y Romano. También consta en su linaje directo Fray Lorenzo Rodríguez, canónico regular y prior del Monasterio de Nuestra Señora de la Peña.
Fuentes: Estudios de M. Olano sobre los Mendaña y de V. Fernández Vázquez sobre la expedición de García de Castro al Perú. Investigaciones propias en el A.D.A de Astorga, Archivo de S.P.C y A.H.P de León. A.N.S.P de C. Mielgo