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La procesión de La Sagrada Cena.

León

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Nadie quiso poner su cara para él, así que se vio obligado el imaginero a imaginar. Judas, el hombre sin rostro leonés, estará esta noche invitado a la Cena, al gran paso de León, tan monumental que es el único que no se puja en la ciudad, el único que va sobre ruedas, el único que ha condicionado el recorrido de una procesión, todas trazadas con sentido y sentimiento histórico. Imposible meterlo en la ciudad vieja.

Estará el apóstol maldito junto a las doce efigies en las que la ciudad reconoció siempre a sus vecinos. Durante décadas hasta les puso nombre propio y apellidos, antes de que León y sus gentes crecieran y se perdiera la memoria. Éste, el otro, aquel. Todos menos él. Un preso inspiró a Víctor de los Ríos en el gran reto. Y Santa Marta, agradecida, pagó religiosamente su obra grandiosa.

Es noche de cenas ésta en la ciudad que guarda el Santo Grial. Saca la Hermandad de Santa Marta la procesión de la Sagrada Cena, cena en hermandad la cofradía del Dulce Nombre antes de que la Ronda mantenga despierta a la ciudad con su ancestral aviso, el que anuncia, «¡Levantaos hermanitos de Jesús, que ya es hora!», que todo está a punto de comenzar, y cenan también, y beben, los cofrades del Genarín, el pellejero pendenciero y borrachín al que un grupo de iconoclastas elevaron el otro siglo a ‘santo’ pagano y en cuyo honor celebran hoy, ay, la procesión más multitudinaria de la ciudad, «y siguiendo sus costumbres, que nunca fueron un lujo, bebamos en su memoria, una copina de orujo», y así una tras otra en un multitudinario entierro por quien quiso la historia que muriera en la madrugada del Viernes Santo, en el tercer cubo de la muralla romana, atropellado por el primer camión de la basura que hubo en León, el que conducía aquella aciaga noche Bonifacio, de ahí que la ciudad bautizara el vehículo como la Bonifacia. Miles de almas comulgando en santa unión, hermanados en versos y orujo. Mucho. Que de todo hay.

El día que nunca acaba empieza de mañana, bien temprano, cuando la Bienaventuranza eleva la Pasión al cielo, pasos en alto, a puños sujetos, capillos azules en santa competición con el intenso firmamento leonés, este año tan indulgente. Es la única procesión que no acaba donde empieza. Como es la única ronda que va a caballo en León la de Las Siete Palabras, alfombradas las calles al paso solemne de sus jinetes, caballeros del medievo en esta ciudad eterna. Y como es única la única cofradía sólo de mujeres, la de María del Dulce Nombre, que pone en la calle a la dulce María de los ojos verdes antes de que la noche empiece a caer y a la Sagrada Cena siga la Despedida, la del Gran Poder, y luego lleguen las Tinieblas y los hermanos del Desenclavo estremezcan al León más romano con sus carracas, matraca que recuerda a la ciudad allí mismo, donde nació una urbe de los barracones ocupados por legionarios de Roma, que todo se oscureció y la Tierra tronó.

Y entonces, ay señor, ay, ay, aunque la ciudad lo niegue, papones y cofrades cruzarán sus destinos en las calles. Y cuando la ‘marea de los negros’ vaya a su procesión, se retirará en mareo la otra, la que ha mantenido también despierta toda la noche a León. Y así empezará el siguiente día, sin haber acabado todavía el otro.

Las procesiones de hoy:

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