Diario de León

CAPILLOS ARRIBA

La procesión va por fuera

Imagen de la  Piedad, titular de la cofradía Minerva y Veracruz, ayer a la salida de la procesión desde la capilla de Santa Nonia. Al fondo, el Nazanero de Jesús.

Imagen de la Piedad, titular de la cofradía Minerva y Veracruz, ayer a la salida de la procesión desde la capilla de Santa Nonia. Al fondo, el Nazanero de Jesús.

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León

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León huele estos días a incienso, como si de una purga colectiva se tratase, suena a tambores que anuncian batalla, a cornetas que lloran por lo que ha de venir. Los pasos no pierden ripio y a la mínima que el cielo da tregua se escapan por calles y plazas para colmar las ansias y el amor de tantos braceros que se agarran a su Virgen o Cristo de turno como si no hubiese mañana. Y no les falta razón a los que lloran por dentro y por fuera cuando la lluvia les chafa su gran día. Quién sabe si será su última tirada.

Leía estos días que la Semana Santa es un acto popular, que no importa tanto el sentido religioso de la fiesta como el mantener vivas las tradiciones propias sin que el contenido entorpezca el devenir de los acontecimientos. Son opiniones. Yo personalmente no imagino un Lunes de Pasión sin que las Vírgenes de Angustias y Minerva muestren a todo un pueblo la agonía que sólo quien pierde a un hijo de aquella manera puede comprender. Al final, cada uno vive su calvario como puede, pero lo que estos días acontece, guste o no, es la manifestación de unos hechos que ocurrieron hace demasiados siglos como para pretender a estas alturas cambiar el guión de la película. Son muchos los que acuden a figurar sí, a salir en la foto, los que gustan de mandar en vez de servir, los que rezan plegarias a la vista de todos y al doblar la esquina han vuelto a las andadas, los que predican con todo menos con el ejemplo. Entiendo y comparto a veces las críticas de aquellos que se escandalizan por el maniqueísmo que a menudo se da en las cofradías. Pero en el fondo, cuando reflexiono sobre si yo soy mejor que ellos, suelto la piedra y me doy media vuelta porque no estoy tan seguro de si en su lugar no haría lo mismo. ¿A quién habría yo pedido que liberara Pilato?

Ayer por la mañana me colé un rato en Santa Nonia para contemplar de primera mano cómo los equipos de montaje de las tres antiguas daban los últimos retoques a sus míticas imágenes. El ajetreo era incesante. Muchos de los allí presentes se guardan días de vacaciones para poder servir a sus hermanos como Dios manda. El tiempo se detiene para ellos, no hay nada más importante que dejar el paso impoluto, digno. Algunos llevaban allí desde las tantas de la mañana. «No cuenta el cansancio, ni si finalmente podremos salir, es Jesús quien está arriba y por él cualquier esfuerzo merece la pena», me decía un miembro del grupo de montaje del Dulce Nombre. Los mismo ocurría con La Morenica el pasado jueves por la noche. Manolín no se bajó del trono hasta que el manto estaba perfecto -con el toque de gracia de Enrique el sacristán-, ni tampoco el ‘Pana’, ‘Milín’, Morán o Alberto. Y así en cada una de las cofradías y hermandades de ciudad y provincia.

También me llama la atención cómo los ciudadanos aguardan a derecha e izquierda a que venga esta o aquella procesión. Algo especial han tenido que sentir para no cuestionarse su presencia en ningún momento. Luego, cuando pasa el de los globos, rompen filas y procesionan a su manera en busca de una redención en ocasiones más carnal que divina. Pero sea el final que sea, todos han sido testigos de la verdad. Incluso quienes no soportan la Semana Santa, los que piden a gritos un ‘papódromo’ dan lecciones de vida tantas veces. Más de una vez he visto a gente atrapada entre dos o tres procesiones que cortaban su paso esperar con paciencia infinita a que regrese la normalidad. Ese respeto se contagia. Por eso sé que la procesión va por fuera, que es cosa personal e intransferible de cada uno, que no es tanto el ser sino el estar.

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