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Iván Fuentes y David Villarroel son dos hermanos de la cofradía con síndrome de Down que el pasado viernes volvieron a salir con el Dulce Nombre.

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CAPILLOS ARRIBA PABLO RIOJA BERROCAL
León

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E s Domingo de Resurrección. La amargura del pasado Viernes Santo cobra hoy una dimensión nueva, el final tal y como nos lo contaron no es sino el principio de una historia apasionante, capaz de traspasar fronteras, siglos de luchas internas y tradiciones que ningún mortal ha podido borrar del sentimiento colectivo. Cada uno lo vive a su manera, con mayor o menor devoción, sólo Él podrá juzgarlo. Hoy tengo la fortuna de charlar un rato con dos papones de pura cepa, dos jóvenes que conocen a la perfección cuál es el mensaje oculto en toda Semana Santa. Y lo reconozco, la sinceridad de sus palabras me llena de esperanza. Ojalá yo tuviera las cosas tan claras. Son Iván Fuentes y David Villarroel, dos chicos con síndrome de Down que el pasado viernes volvieron a enfundarse las túnicas para salir en su procesión favorita; la de los Pasos. Iván, hoy con 31 años, es papón desde que era un crío. «Mi abuelo y mis padres me inculcaron el amor por la Semana Santa y no me pierdo ni un Viernes Santo», señala. Acostumbra a llevar la bandera del Nazareno, su paso por excelencia. «Para mí salir en procesión supone una ilusión enorme, no se puede describir con palabras, no sólo cuando salgo yo sino ver el resto cofradías lucir sus imágenes por las calles de León». Dentro de su rutina habitual, suele incorporarse con el resto de hermanos del Dulce Nombre a la hora del Encuentro. Confiesa que su tío, bracero del Nazareno, le deja hacer algunas tiradas, pero sobre todo, lo que Iván acostumbra a hacer durante el largo recorrido por las calles del antiguo Reino es rezar, en silencio, sin que nada a su alrededor sea capaz de distraerlo. Su abuelo, casi un segundo padre con el que se crió, fallecía hace tres años atestando a este leonés una puñalada por la espalda difícil de entender. Aún así no pierde la fe. «Pienso mucho en él y también en el resto de familiares que ya murieron, sé que están en el Cielo, con los ángeles, pido para que intercedan por toda la familia».

Hay otras tres mujeres vitales en su vida. Su madre, su hermana Bárbara Isabel -»que es la niña de mis ojos»- y la Virgen María. Por su hermana también suelta alguna que otra oración especial mientras avanza camuflado bajo el capillo. «Antes era papona como yo, pero al hacerse mayor lo fue dejando».

David, por su parte, pertenece al Dulce Nombre de Jesús Nazareno desde hace diez años. En todo este tiempo ha portado la cruz como papón de fila, pero lleva un par de procesiones cumpliendo su sueño; colocarse bajo uno de los trece pasos como bracero. «Pujo a ratos en La Oración en el Huerto, la alegría es inmensa, aunque espero alguna vez poder llevar al Señor de León, a mi Nazareno». Al igual que Iván, David tiene sus ratos de recogimiento donde sólo hay espacio para Dios. «Me acuerdo mucho de mis abuelos, rezo por ellos y por mi hermano Juan para que estudie». No se toma un descanso, no desfallece desde Santa Nonia hasta El Encuentro, San Isidoro y vuelta a casa.

Ambos coinciden en que ese Cristo demacrado y sufriente que camina rumbo a su particular calvario no murió, sino que está resucitado, que la muerte no es más que el camino hacia la vida, que el verdadero sentido de la Semana Santa no es otro que recordar la pasión de un hombre que vino al mundo para cargar con las culpas de todos, para redimir nuestros pecados. Todo lo demás es bonito sí, emociona, embellece los mínimos detalles, pero a veces, seguro que sin pretenderlo, desvía la atención. Hoy el crucificado viste una túnica blanca y resplandece. Hoy León luce más amable, más humilde. Hoy hasta el más perdido puede volver a hallarse, el que se encuentra más muerto puede engancharse a la vida. Que sea enhorabuena.