CAPILLOS ARRIBA
Un calvario como Dios manda
No. No son ángeles, pero dicen las ‘buenas’ lenguas que cantan como ellos. Son las conmovedoras voces del Coro de Mujeres de Villalobar que, un Martes Santo más, acudieron puntuales al convento de San Francisco para darle aún más realce al tradicional Calvario o Vía Crucis Leonés Cantado. Un acto impresionante dentro de la Semana Santa que recoge lo mejor de nuestra tradición popular y lo combina —en perfecta armonía— con uno de los mayores regalos espirituales de la Iglesia. Un tesoro perdido en tantos templos que sin embargo resuena con fuerza aquí gracias a los hermanos de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y del Silencio. ‘Culpables’ ellos de haberlo recuperado del olvido a principios de los años 90.
Se empezó a hacer casi a la par que esta humilde cofradía daba sus primeros coletazos después de años de investigaciones, revisiones de documentos y todo un ejercicio de ‘memoria histórica’ que terminó por demostrar que este particular ‘revival’ tenía sus bases bien asentadas. Fueron un grupo de inconformistas, un puñado de genios sin lámpara ávidos de seguir su propio camino quienes lo hicieron posible. No para gloria personal, sino para el pueblo. Y he aquí una prueba irrefutable. «Está pensado para que la gente se implique, para que rece con nosotros», remarca el investigador Héctor Luis Suárez. Una de las máximas de esta cofradía siempre ha sido profundizar en la vida cristiana, los misterios pascuales y en el fomento de la oración como camino hacia el Padre.
Desde los inicios se decide representar como siempre se hizo en los pueblos. «Cada uno aportaba lo que podía. Había un hermano de Villalobar que enseguida le propuso al coro de mujeres el participar activamente», recuerda. Coro que por cierto a punto está de cumplir su primer cuarto de siglo de vida.
Los cinco toques de abogar marcan el inicio y el final de un Vía Crucis que alterna partes cantadas con otras de rezo. Todo perfectamente medido. Todo solemne. Desde la sacristía del templo, el cortejo parte para cumplir con cada una de las estaciones del Calvario. Al principio impera el silencio. La expectación de las cerca de 500 personas que abarrotan los bancos es enorme. Incluso para quienes ya lo han vivido antes, todo se antoja nuevo.
La primera parada se hace frente al Cristo de Medinaceli. Cada uno de los hermanos que portan las cruces se irá situando de modo simbólico en las diferentes estaciones. El respetable, por su parte, comienza a repetir los estribillos que entona el coro al tiempo que se va girando en el sitio para contemplar cada nueva parada. El recogimiento general se puede tocar con los dedos.
La celebración no dura nunca más de una hora y termina con un besapié ante el Santo Cristo de la Expiración. «Es, sin duda, la gran culminación al Calvario». Luego, los tres hermanos que lideran el Vía Crucis vuelven sobre sus pasos ‘recogiendo’ a los portadores de las cruces. La puerta de la sacristía echa el cierre al tiempo que los fieles regresan al mundanal ruido habiendo revivido en sus propias carnes el misterio de la Pasión de Jesús.