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Cada año son muchos los papones y paponas que procesionan descalzos como un acto de mortificación y de agradecimiento a Dios o a la Virgen.

Publicado por
PABLO RIOJA BARROCAL
León

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Siempre me ha llamado la atención el por qué aquella muchedumbre de hace dos mil años seguía a Jesús allá por donde pasaba. Su mensaje —aún hoy revolucionario— tuvo sin duda que ver, pero a poco que se escruten los evangelios uno descubre sorprendido que gran parte de su vida pública la pasó sanando a la gente. Devolvió la vista a los ciegos, hizo caminar a los cojos, curó a los enfermos y dio de comer a los que estaban hambrientos.

Milagros como la multiplicación de los panes y los peces o la resurrección de Lázaro, entre muchos otros, hicieron que su ‘fama’ corriese como la pólvora. No es que él viniera al mundo a eso, pero Dios mismo se dio cuenta de las necesidades de su pueblo. Y así, muchos creyeron. Aunque lo más curioso es que en varias ocasiones Jesucristo aseguró que era la fe lo que les había salvado a todos ellos. La fe...

Santiago volverá a salir descalzo este Viernes Santo por la mañana. Lo lleva haciendo tres años y seguirá así «hasta que el cuerpo aguante». Tiene una promesa que cumplir, asegura. Le debe más que la vida al Nazareno. «Él curó mi cáncer, lo hizo desaparecer», repite desesperado una y otra vez en busca de una mirada cómplice. «Los médicos me dieron poco tiempo de vida, pero para quien pone su confianza en Dios siempre hay una esperanza. Yo no sé por qué lo hizo, pero me escuchó. No soy más que otras personas, ni mejor, de verdad que fue un regalo. Sólo se lo pedí con fe en la primera Semana Santa después de estar diagnosticado y a los pocos meses, tras realizarme nuevas pruebas, de pronto la enfermedad había desaparecido», recuerda entre lágrimas. «Creí que él podía al verlo pasar. Dios está en todas partes y muy presente en la Pasión».

Obviamente no todos los que caminan descalzos en una procesión lo hacen en busca de un milagro. Cada cual tiene sus motivos. A veces un gracias por todo sirve.

Pero no puedo negar que en estos años que llevo colándome en esa otra Semana Santa, ya he visto casos similares a los de Santi. Jaime Rodríguez, bracero con más de veinte años de puja a sus ‘hombros’, cuenta algo parecido. «Yo no pedía nada para mí, pero sí para mi padre enfermo. Le dije al Cristo de Medinaceli que le diera salud al menos unos pocos años más, hasta la boda de su nieto». En contra de todo pronóstico, el padre de Jaime ‘alargó’ sus días cinco años. «Ahora, en agradecimiento, hago este acto de salir descalzo como mortificación».

Desde chico le he escuchado predicar a mi amigo Germán Pablos, sacerdote leonés que se ordenó a mediados de los 90 en Colombia, que la fe es un acto difícil de humildad. Buena definición, porque no es algo que se compre o se subaste al mejor postor, y la de hoy no sirve para mañana. «La fe en Dios es un camino de búsqueda continuo», señala.

Y es curioso, porque tanto Santi como Jaime y otros muchos anónimos que aseguran haber recibido un milagro físico en nuestros días coinciden en que, a pesar de que cambió sus vidas, necesitan de la eucaristía, de la Palabra de Dios y de los sacramentos para sobrellevar los problemas y sufrimientos del día a día. Quizá esos milagros más que su vida, salvaron su alma.

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