Diario de León

Con laureles sí, pero sin borriquillo

El Perdón reparte laureles entre los fieles de San Francisco de la Vega cada Domingo de Ramos. Luego, parten por las principales calles del barrio en una singular procesión. | F. OTERO PERANDONES

El Perdón reparte laureles entre los fieles de San Francisco de la Vega cada Domingo de Ramos. Luego, parten por las principales calles del barrio en una singular procesión. | F. OTERO PERANDONES

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Apartados de los focos, de los baños de masas, de muchos de los egos que estos días se venden al mejor postor, los hermanos y hermanas de El Perdón reparten cada Domingo de Ramos laureles entre los fieles de San Francisco de la Vega en una tradición enraizada en el barrio desde hace décadas. Una procesión «que tiene su encanto» —como admite su abad, José Luis Cabada Fernández— donde se recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. «¿La del borriquillo?», pregunta la niña a su mamá; «Sí hija, pero sin borrquillo», le contesta. Y es que la sencillez y la humildad mandan por estos lares. No, no hay paso, sólo el vagar de aquellos improvisados ‘papones’ que por un día gustan recorrer el trayecto entre Gómez de Salazar, Doña Urraca —esta vez por las obras—, Tizona y Sahagún.

«El tema de incorporar la imagen de Cristo sentado sobre un borriquillo está encima de la mesa desde hace años, pero lo cierto es que no contamos con los fondos suficientes para acometer el proyecto», aclara el máximo responsable de la cofradía. No importa, quizá sea mejor así. Ese es parte de su encanto, de esa precariedad que ya pocos predican. Como el camino que lleva hacia el lugar donde no se pone el sol, angosto, humillante tantas veces, cargado de espinas sin una sola rosa que cortar, pero triunfal para quien persevera. Y vete su a saber por qué, pero los miembros de El Perdón lo hacen cada año en mayor medida. Ya rondan los 800 hermanos, a una media de 20 nuevos por año, aunque «en este último se sumaron 40».

La Banda de la Escuela de Música pone los acordes a una comitiva de los más variopinta, que deja atrás sus complejos y no tiene reparos en admitir su condición. «Es el tiempo de los laicos», decía no hace mucho el papa Francisco en una de sus homilías. Puede ser, puede que toque dar un paso al frente, más que para condenar a nadie, para portar la luz que se les presupone en un mundo dominado por las tinieblas. No seré yo quien juzgue los motivos de unos y otros para procesionar estos días o para armarse de paciencia a derecha e izquierda a ver la vida pasar. Cierto que muchos escandalizan con sus obras, pero quien esté libre de pecado...

Es Lunes Santo. Queda muy poco para que Él suba el camino de Gólgota. Poco para la Pascua, para los besos de Judas que todos damos, para vender al maestro por unas cuantas monedas. Queda poco para que llore la Verónica, para la noche de las vergüenzas, para que el gallo cante dos veces. Queda poco la resurrección.

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