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La Cruz Gloriosa, uno de los pasos de la cofradía de María del Dulce Nombre, realizó una puja simbólica tras la suspensión de la procesión de Jueves Santo por la lluvia. | FERNANDO OTERO

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CAPILLOS ARRIBA PABLO RIOJA BaRROCAL
León

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D icen que antes de volver a la vida, Jesús de Nazaret descendió a los infiernos, que allí tuvo tiempo de predicar la misma buena noticia que le había conducido a la cruz, que hasta los demonios se le sometieron, que muchas almas condenadas gozaron de una última oportunidad para decir sí. Estos días, con la lluvia y la nieve como firmes aliadas para aguarle la ‘fiesta’ a tantas cofradías, vi cientos de rostros de papones y paponas romperse de dolor por dentro y por fuera, como las hijas de Jerusalén al ver a su Cristo pasar camino del Gólgota. Todos experimentaron la extraña sensación de quien con amor espera un largo año para procesionar y se queda a las puertas, vestido con sus mejores galas, impotente ante el firmamento.

Especialmente sobrecogedor me pareció el acto privado que las hermanas de María del Dulce Nombre celebraron en el patio de los franciscanos el pasado jueves. Prudentes ante las amenazas del cielo, decidieron no salir a las calles pese a la insistencia de muchos y al trabajo intenso de más de 24 horas seguidas para tener listos sus cuatro pasos. Sin una voz más alta que la otra pudieron al menos quitarse el gusanillo de pujar unos minutos intramuros, con lágrimas en los ojos pero la esperanza de que una nueva Semana Santa anda ya en camino. Peor suerte corrieron las procesiones del Viernes Santo, suspendidas todas ellas a excepción de la de los Pasos. Estoy seguro de que gran parte de los afectados bajaron por algunos minutos a su particular infierno, incluso habrá a los que todavía les dure el cabreo.

A todas las almas que decidieron ‘comprarse’ el último billete al paraíso, el Nazareno, ese libertador cuyo reino no era de este mundo, las condujo directamente a una de tantas ‘mansiones’ previstas en el lugar donde las tristezas humanas pierden el sentido. Les abrió las puertas de par en par, sin condiciones, porque a él no le importan nuestras miserias, ni que le pidiéramos a gritos a Pilato que lo enviase a la cruz, ni si somos más o menos pecadores. Su misión, y esto es lo que realmente escandaliza, fue cargar con las culpas de todos sin el más mínimo reproche.

Hoy, Domingo de Resurrección, al que toda esta semana vimos cargar con nuestras cruces, vuelve de bajar a cada uno de nuestros infiernos personales para devolvernos la vida, para llevarnos con él. Da igual lo profundo que sea el problema, no importa hasta dónde se haya sido capaz de llegar con tal de imponerle al otro lo que cada cual piensa que es la fe. Eso está sepultado, borrado de cualquier memoria. Hoy los capillos ya no tendrán sentido, ni las marchas sonarán a penitencia. Hoy la Semana Santa leonesa que tanto amamos y odiamos se perderá en el olvido y podrá hacerlo sin pena ni gloria pese al esplendor de las imágenes y la entrega de cada cofradía o bien quedarse para siempre si cuando el Nazareno se te aparezca con la buena noticia le dices sí.

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