Abel quemando el Paraíso
A hora que la Pascua toma el mando y en el horizonte apunta ya un prometedor Pentecostés, apuro las últimas líneas de mi particular visión de la Semana Santa consciente de que, no por repetida, deja de sorprenderme la riqueza y autenticidad de esta gran fiesta capaz de poner de acuerdo a sus fieles detractores y a los más acérrimos devotos. Como suele ser habitual, colarme en algunos de los actos más significativos me ayudó a comprender cómo se ‘cuecen’ los sentimientos de tantos papones y paponas unidos por un mismo Dios al que sin embargo cada uno vive a su manera.
Entendí que la Virgen del Mercado sale hasta las Carbajalas llueva o truene, que es ella y sólo ella quien abre antes de tiempo las procesiones, que en la sacristía son muchos los elegidos y pocos los llamados para atreverse a tocarla, que Manolín y Enrique tienen siempre la última palabra, que hay aspirantes a suplentes, suplentes y eternos titulares y que a la Virgen la pujan ellos pero es más de ellas.
Lejos de la multitud comprendí que en los pequeños detalles se alojan los grandes tesoros, que hay domingos de Ramos con palmas y laureles pero sin borriquillo, que es en los barrios donde se experimenta la Semana Santa más austera y diferente, que un Vía Crucis puede congregar a más fieles que la mejor de las procesiones, que la fe es un acto difícil de humildad que ni se compra ni se vende, que nunca escampó que no volviese a llover y que no hay paso del Señor sin sufrimiento.
En el Purgatorio de los Santos quise venerar la astilla del Lignum Crucis de Minerva, supe que el incienso que acompañaba al Nazareno en Viernes Santo llegó directamente de Sevilla, de la estación penitencial que el Martes Santo realizó la Hermandad de la Candelaria, descendí a los infiernos de las hermanas de María del Dulce Nombre para rescatar un acto solemne en las fronteras de los capuchinos.
Supe que hay hermanos de plata con una entrega de oro desde aquel bendito 1993, que en Medjugorje (Bosnia y Herzegovina) el cielo ha hecho escala en la Tierra, que los milagros siguen hoy tan vivos como hace dos milenios, que madre no hay más que dos y sobre todo comprobé que cada historia tiene su cara b, que todos somos Judas y Pedro a partes iguales, que hay demonios de la guarda, que quizá Abel quemó parte del Paraíso y que al jardín del Edén le sienta bien la serpiente.