Ese Genarín que convierte el agua en orujo

Nuestro Padre Genarín es una cofradía a prueba de borrascas; cada jueves santo, llueva o truene, se mete entre pecho y espalda un recorrido por el centro de León para emular las andanzas del patrono, luego santo, antes pellejero, que cayó a los pies de un camión que recogía jergones.

 El mito de Genarín se repite en este epicentro de la Semana Santa, lo que desde algunos círculos se tomó como una desconsideración hacia el programa de las procesiones religiosas. Anoche no fue una excepción. Versos, cena de cofrades, de una selecta formación que da cuenta de un menú al uso en un restaurante de la Plaza de San Martín, recorrido por la calle La Sal, los 30 pasos, hasta Cardiles, otra parada más para lectura sacra de los versos de Pérez Herrero y ofrenda a los pies de la carretera de Los Cubos, el lugar de la muerte trágica de Genaro Blanco, santo seglar de León, fuente de sed que apaga el orujo, pastor de almas rebeldes y almas conversas; Genarín, que seca por fuera y moja por dentro, aunque en algún jueves Santo admite la excepción que confirme la regla: la cosa es mojarse en León.