Matar judíos
LA MEMORIA SEMANASANTERA Por Javier Tomé El baño espiritual que procura la Semana Santa tiene, a modo de suculento complemento, un añadido gastronómico conformado por platos de honra raigambre local. Propuestas tan clásicas como el bacalao con tomate e incluso la modesta pero riquísima tortilla de escabeche, deben remojarse obligatoriamente con la proverbial limonada. La inquina contra la raza hebrea debido al sacrificio del llamado por la copla «el mejor de los nacidos» ha llegado hasta nuestros días y así, el rito de consumir limonadas de tasca en tasca, sigue siendo conocido por la expresión tan poco políticamente correcta de matar judíos. El problema es que son muchas las bodegas a visitar y algunos penitentes acaban, por decirlo claramente, con una moña de maríasantísima. Y su optimismo pasado de cocción repercute, de forma lamentable, en los cultos tradicionales. Nuestros bisabuelos quedaron horrorizados, allá por 1906, cuando la procesión de los Pasos llegaba a la altura de San Isidoro y un sujeto prorrumpió a lanzar blasfemias e insultos contra las sagradas imágenes. Un policía municipal se acercó con la intención de retirarle de la vía pública, recibiendo como respuesta una sonora bofetada por parte del desalmado. Finalmente dos guardias civiles consiguieron reducirle, siendo llevado acto seguido al Juzgado. Allí se supo que era un infeliz apodado Florero y que, aparte de padecer ciertos trastornos mentales, había consumido limonada con ambas manos y los zumos se le subieron a la cabeza. Los jóvenes bebían tanto como sus mayores y por la misma época, hace ahora un siglo, en la puerta de los capuchinos se vivió otro terrible escándalo, causado por un grupo de mozos completamente borrachos. El exceso de libaciones les llevó a burrear a los fieles que aguardaban el desfile procesional, provocando el siguiente comentario de un cronista de la época: «En ciertas clases la cultura está a bajo cero, y se debe vigilar especialmente las maniobras de esa gente en los días de fiesta».