El rezo del Credo de los Apóstoles sirvió para llevar el sentimiento a las calles y plazas
La procesión del Silencio inundó las calles de recogimiento y respeto
La austeridad marcó este profundo hecho cristiano que va más allá del recuerdo
Solemnidad y silencio presidieron ayer las calles y plazas de la ciudad durante casi dos horas al paso de la procesión del Silencio. Desde las 8.00 centenares de personas esperaban en la Iglesia de San Francisco Real de los Capuchinos la salida del cortejo organizado por la cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y del Silencio. Esta procesión, creada en 1941 por iniciativa de los Padres Capuchinos es una de las más emotivas por la sobriedad y carácter penitente de la misma. Destinada sólo a hombres, el recorrido duró cerca de dos horas, un silencio sepulcral interrumpido exclusivamente por las voces de los hombres rezando el Credo Apostólico y el canto en la plaza de la Inmaculada del tradicional salve, uno de los momentos más emotivos de toda la procesión. Los cofrades aparecieron ataviados con su tradicional túnica morada y capillo alto blanco. Tras ellos penitentes anónimos, algunos de ellos descalzos, procesionaban con sobriedad y resignación. El primer paso pujado por los Hermanos fue el Cristo de Medinaceli, de mediados del siglo XX y autor desconocido. El toque del tambor marcó el paso lento y cadencioso a los casi 40 cofrades que pujaban una de las imágenes que más devoción despierta en la ciudad. El segundo paso, el Cristo de la Expiración, señaló de nuevo la gran tristeza previa al dolor de su muerte, talla bellísima con intensa fuerza expresiva, también del siglo XX. Una tenue iluminación sobre su figura que descansaba sobre unas andas de forja terminó de conformar un ambiente sobrecogedor. Seguía sus pasos lentos y ahogados en sentimiento un fraile Franciscano y representantes de todas las cofradías de León. El recogimiento, el silencio absoluto de todos los asistentes y una profunda pasión iluminada por una luna que a veces parecía llorar se apoderaron un año más de las calles de la ciudad. Las palabras sobran en esta procesión, quedan vacías, el silencio fue la respuesta a tan injusta muerte, a la tragedia de la cruz. El golpeo cadencioso de las horquetas y el rasear de los pies de los cofrades que portan las imágenes embargaron a los asistentes de tristeza contenida, niños y mayores respetaron durante todo el itinerario la emotiva procesión.