Diario de León

| Reportaje | Domingo de Ramos |

«Dainos», y mandó más agua

La inmemorial procesión del Rosario de la Buena Muerte se quedó sin salir a causa de la lluvia de la iglesia de los Franciscanos, donde se rezó la plegaria con marcado deje leonés

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A. Caballero - león
León

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El Rosario de la Buena Muerte, la procesión que el deje leonés institucionalizó como el Dainos, se rezó por segundo año consecutivo en el interior de la iglesia de los Padres Capuchinos, donde más de una lágrimas asomó a los ojos para exteriorizar la impotencia de los cofrades del Santísimo Cristo de la Expiración y el Silencio. Hubo plegaria, hubo Nazareno con la cruz a cuestas, hubo tambor ronco y cornetas agudas, pero no hubo más procesión que el arco que pudo describir el trono hasta colocarse en el centro del templo, donde los fieles se levantaron para honrar la imagen vigilante entre los capirotes blancos de los papones. El portavoz de la Orden Franciscana, titular de la iglesia y coorganizadora de la procesión, sancionó la suspensión del acto después de otorgar 15 minutos de margen para ver si escampaba la lluvia. «En vez de eso, se ha puesto a llover más», concedió el padre, quien aseguró que «ante todo hay que salvar la imagen»; obra barroca del siglo XVIII que representa al Nazareno con la cruz a cuestas en su subida al Calvario, atribuida a Pedro de Ávila o José de Rozas y que popularmente es conocida como «El Ranero». «Andaban con ella» El Nazareno del Dainos se quedó sin exhibir por las calles la soga cedida para la procesión de este año por parte de las Hermanas Clarisas, en cuya casa ha estado recogida la imagen desde el 2 hasta el 8 de abril. El atributo, que la talla llevó pendiente del cuello por la iglesia de los Franciscanos durante el rezo del Rosario de la Buena Muerte, toma su leyenda a partir de la historia vivida en el siglo XVII por Sor Juana María de San Agustín. Según la narración efectuada por el padre franciscano, la religiosa acudió a la procesión del Jueves Santo de 1642 en compañía de su madre para ver el desfile de los pasos. En uno de los descansos, el Nazareno, que llevaba una soga colgada del cuello sin que llegara a tocar la tabla, paró delante de donde se hallaban sentadas y la niña empezó a quejarse de que «andaban con ella sin saber quién». Duró la mortificación hasta que se reanudó la marcha, cuando la pequeña constató que la llevaban con ellos, por lo que la progenitora mandó parar a la comitiva. En presencia del obispo se descubrió que «la efigie la tenía presa con la soga mediante tres vueltas», por lo que sus padres resolvieron que llegada la edad se entregaría como esposa al señor, que así la había escogido. Cuenta la leyenda de la soga, que guardan las Clarisas en una caja, que Sor Juana llegó a abadesa. Pero ni con esa «ayuda al cuello» pudo salir el Dainos a la calle.

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