Diario de León

El preso boliviano indultado por mediación del Perdón dice que «la cárcel me ha servido de lección para mí y mis nietos»

«Me siento como si saliera del infierno»

Bernabé Espinal afirma que hizo de correo de la droga «obligado por la necesidad»

Ramiro

Ramiro

León

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El aeropuerto de Barajas y las cárceles de Herrera de la Mancha y Mansilla de las Mulas eran las únicas estampas de España que Bernabé Espinal había archivado en su memoria en los últimos tres años. El «Abuelo», como le bautizaron en la cárcel, es un humilde campesino boliviano de 66 años, que, según cuenta, aceptó transportar en su cuerpo un paquete de cocaína a cambio de 4.000 euros. Como tantos otros paisanos que ha conocido en el penal, no logró burlar los dispositivos antidroga y lo único que encontró, aquel 11 de junio de 2004, fue el camino a la cárcel con una condena de cinco años y medio. «La necesidad me ha obligado». Son las primeras palabras que alcanza a pronunciar, afectado aún por el choque emocional de sus primeros días en libertad, tras ser indultado por el último Consejo de Ministros a petición de la cofradía del Santo Cristo del Perdón. Bernabé Espinel no daba crédito a sus oídos cuando le ordenaron recoger sus cosas el viernes. «Y ¿a dónde voy a ir?», preguntó él. Ni siquiera puso en duda la broma del compañero que le contestó que le trasladaban al módulo 1. «Pero, ¿cómo? ¿qué he hecho yo? Si allí sólo hay gente mala...». Pero el funcionario enseguida le tranquilizó: «Usted se va en libertad». A las dos horas bajaba de un furgón en la plaza de San Isidoro. Pisaba la calle después de casi tres años entre rejas pues, como dice él, «del aeropuerto fui recto a la cárcel». Aún no comprende muy bien lo que es una cofradía y por qué le han elegido a él para el indulto, aunque se confiesa católico y «pido al Señor que les ayude a todos ellos y a las señoras que me han acompañado», las voluntarias de Cáritas que, por turnos, se han convertido en su compañía desde que llegó a la ciudad. «Me siento como si estuviera saliendo de un infierno», confiesa. Creía que con los 4.000 euros iba a solucionar la vida de su familia («allí con 1.000 euros se vive un año», asegura) pero tras su experiencia en la cárcel el sueño roto se ha convertido en una lección: «Hay que tener mucho cuidado y esta experiencia mía se la tengo que enseñar a mis nietos para que no caigan en lo mismo». Cuenta que tiene seis hijos, tres varones y tres mujeres, y dieciesiete nietos (a dos aún no los conoce), pero, sobre todo, está preocupado por la suerte de cinco de ellos, huérfanos de padre y madre. «Estaban a mi cargo y lo único que quiero hacer es regresar para trabajar por ellos», agrega. En su pueblo, Noriungas Coroico (departamento de La Paz) cultivaba de sol a sol cítricos, arroz y coca («hoja de coca, no la droga», precisa). Se levantan a las cuatro o las cinco de la madrugada para atender los campos. Es lo que le espera a su regreso: «Allí no hay jubilación, la gente se muere trabajando». En su ausencia, el país ha cambiado un poco y las cosas «están mejorando». Es la impresión que tiene de las conversaciones que tenido con su familia en los largos años sin libertad. El nuevo presidente Evo Morales, a quien Bernabé llama «mi amigo», es también «un campesino», explica el hombre. Pero esté como esté Bolivia, «nunca más», asegura, haría de correo de la droga. La cárcel, aunque sea en España, es la cárcel. «Los educadores me dijeron que si tenía trabajo me iban a ir las cosas rápido», pero nunca pensó que tanto. Pasar del módulo 13 al cinco y conseguir un trabajo en el servicio de limpieza de la cárcel ya fue un triunfo, porque supuso estar sin un céntimo y a expensas que «me dieran para una llamadita o me invitaran a un café» a llevar unos pocos euros para el peculio. Pero hay otra diferencia esencial entre los módulos. El cinco es uno de los cinco departamentos de la prisión de Mansilla de las Mulas donde se ha mejorado la convivencia gracias al programa de módulos de respeto implantado en la prisión leonesa y exportado a otros penales del país. «Hay trabajo, más respeto y está más limpio», resume Bernabé. Reconoce que en la cárcel le han ayudado a salir adelante. Lo peor fueron los primeros cinco meses, hasta que se convenció de que para aguantar la condena necesitaba estar tranquilo. «Después, yo mismo me he ayudado; no tengo ningún parte, no he tenido ningún problema...». Su expediente cumplía los requisitos ordinarios para el indulto y ha tenido la extraordinaria fortuna de ser propuesto por la junta de tratamiento de la prisión y avalado por la cofradía del Santo Cristo del Perdón, una hermandad fundada en 1965 y que actualmente cuenta con más de 800 miembros. El Perdón recuperó la tradición de solicitar el indulto de un convicto con motivo de la Semana Santa en 1998. Espinal es el noveno de esta segunda etapa. Entre 1966 y 1972 fueron excarcelados siete presos por mediación de la cofradía. «Creemos que le hemos servido para sentirse acogido y no rechazado por la sociedad» LOLINA Voluntaria de Cáritas «Hasta ahora todas las personas indultadas eran españolas y tenían familia cerca o lejos» ROBERTO FERNÁNDEZ Cofradía del Perdón «Sin voluntariado no podríamos realizar el programa de acompañamiento» JULIO PRIETO Director de Cáritas

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