Miércoles Santo: silencio y oración
n Estamos en el ecuador de la Gran Semana. Es normal que notemos el cansancio. Pero no importa. Los días grandes aun están por llegar. Ya ?estoy seguro- sabemos en donde reponer fuerzas con una buena limonada y hoy, Miércoles Santo, nos quedan muchos momentos mágicos por vivir. Las capillas, iglesias y carpas de donde salen los cortejos son un ir y venir de montadores, «pinchaflores» y ávidos espectadores curiosos. Nuestros pasos, a las ocho y media de la tarde, deben dirigirse a San Francisco. Debemos entrar en la Iglesia y sentir la salida de Jesús Cautivo, el de Medinaceli, el que ni siquiera se atreve a mirarnos a la cara, pensando ?como está- en el cruel sino que le espera. En el templo, los golpes de las horquetas sobre el suelo, los pies de los hermanos y el roce de las túnicas se pueden percibir. Hay hermanos descalzos, hay manos sobre los hombros, hay cruces que se arrastran y hay un silencio ensordecedor, espeluznante. Cuando a golpe de matraca, se alce sobre los hombros de doce penitentes el Cristo de la Expiración, ya estaremos lejos de cualquier lugar y cerca de la esencia de la Semana Santa. El rezo del «Credo de los Apóstoles» servirá para llevar el silencio a las aceras. Cuando pasa «El Silencio» se hace dueño de las calles. Una vez hayamos sentido el pasado en nuestros poros, podremos acercarnos hacia la Plaza de Regla (da tiempo, no se preocupen). Allí, sobre las nueve y media de la noche, veremos a las hermanas de la Agonía de Nuestro Señor portar sobre sus hombros a Jesús del Vía Crucis (José Ajenjo, 1998) quien transporta el madero que le va a ver morir y de inmediato, la Real Cofradía de Minerva y Vera Cruz nos mostrará su procesión dedicada a la Virgen de la Amargura ?»la Paloma»- (José de Rozas, s. XVIII) acompañada de el Lignum Crucis (anónimo, s. XVI), el Santo Cristo del Desenclavo (Anónimo del XVI) y tres obras del leonés Manuel López Becker. El piquete de ronda de esta penitencial nos lleva a los sonidos del ayer, anunciando el paso del cortejo. Es el miércoles santo un día largo. Por mucho que queramos acabar el día pronto, quien guste de las tradiciones, de las bellas puestas en escena, de seguir saboreando cómo debía ser la semana santa en sus orígenes, debe estar a las 12 en punto de la noche en San Marcelo. Allí, por la puerta lateral del templo se inicia el Vía Crucis más impresionante de nuestra ciudad: El Cristo de los Balderas (Gregorio Fernández 1631 ?copia de Amado Fernández-) va a discurrir por nuestras calles con más sabor. Sobre las tres de la madrugada, habrá que volver al mismo emplazamiento y escuchar, sentir, oler y acariciar la historia con la recogida de esa procesión mágica: Todo se encuentra en penumbra y el silencio de la tarde parece permanecer en esa plaza. A lo lejos, girando por la Rúa y embocando Teatro, el Cristo de los Balderas parece suspenderse en el vacío. Lo escoltan cinco hermanos. Silencio. Respiraciones entrecortadas. Raseo de pies y lentitud en su caminar. Como cayendo del cielo, suena «La Madrugá»?el resto, no debe contarse. Que cada quien lo lleve en su memoria y en su corazón. Otros, sin embargo, podrán tener un recorrido cultural acompañando a los hermanos del Desenclavo por las calles de Santa Marina iluminadas por teas ardientes, en su cita con la Ronda Lírico Pasional. Este año, Gerardo Boto Varela nos llevará de su mano por las reliquias y templos del Barrio de las Altas Torres. No se preocupen si trasnochan. El jueves no hay que madrugar demasiado.