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La contraprocesión: Procesión del Perdón, piedad y misericordia

Publicado por
Javier Tomé - león
León

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n Allá por la segunda mitad del siglo XIX comenzó a latir, a orillas del Bernesga, un barrio obrero y trabajador, cuya vecindad estaba relacionada de una u otra manera con el recién llegado ferrocarril. El «silbido regenerador del tren», en palabras de la época, cohesionó un emergente núcleo urbano, agrupado espiritualmente en torno a la parroquia de San Francisco de la Vega. Un templo donde se gestó, mediada la década de los sesenta, el nacimiento de una nueva hermandad pasional denominada Cofradía del Santo Cristo del Perdón. Mucho han cambiado los tiempos desde entonces, según profetizó Bob Dylan, y el Crucero es en nuestros días un mosaico étnico de rostros y comercios, aunque sigue atormentado por el incómodo paso a nivel de la carretera de Zamora que supone una barrera casi infranqueable tanto para el tráfico rodado como para el despegue definitivo de una barriada con alma propia. Los indultos de Semana Santa forjaron una larga historia de piedad y misericordia, librando de los horrores del patíbulo a muchos condenados a la última pena. Una prerrogativa real ejercida desde muy antiguo por los monarcas españoles en el llamado «Día de la Cruz»; es decir, en Viernes Santo. Retomando la antigua tradición, el principal cometido de los papones ferroviarios ha sido dar auxilio y poner en libertad a un penado por la justicia. Rasgo de benevolencia que alcanza su momento cumbre a la vera del histórico Locus Apellatonis, la piedra de la Ley catedralicia, con todo el pueblo leonés amparado por el bosque de cruces, túnicas y capillos de severo tono marrón. El Crucero siempre ha presumido de un elemento femenino de Primera División, mujerío que se ha ido sumando a las filas penitenciales del Perdón. Y ahí tenemos a Gelines, Sole o Aurora, protagonizando junto a sus hermanos de cofradía uno de los capítulos centrales de este ritual pleno de colorido, plasticidad y sentimientos fraternos.