| Crónica | Miércoles Santo |
Los sonidos del silencio
El único ruido que se oyó en la procesión del Silencio sonaba a esas palabras que evocan un sentimiento de respeto y devoción hacia alguien que sufrió innecesariamente por la vileza de otros
En San Francisco, a las ocho y media de la tarde, el más absoluto silencio invadió a una ciudad que hasta ese instante permanecía viva. A esa hora comenzaban a sobrar las palabras, los comentarios, sólo era importante el recogimiento, el respeto y mostrar la pena por ver sufrir a Cristo. El convento de los Padres Capuchinos enmudeció cuando la procesión del Silencio dio su primer paso. Ahí marcó el primer sonido, el que se repetiría hasta bien entrada la noche. Un sonido mudo que se confundía con el chirriar de doce cruces de madera contra el suelo, arrastradas por el mismo número de hombres. Todo transcurrió como estaba previsto. A golpe de matraca, doce penitentes elevaban a hombros al Cristo de la Expiración. Delante, el de Medinacceli. Detrás, pies descalzos y dos filas de personas que de poco en poco rezaban el «Credo de los Apóstoles». Al terminar, otra vez el silencio, el golpear de las horquetas, las pisadas y algún suspiro emocionado. También cayó alguna lágrima. Pero no hubo aplausos. La procesión organizada por la Cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y del Silencio no busca el reconocimiento popular, aunque lo tiene desde hace años. Prefiere mostrar respeto, austeridad y llevar la reflexión al alma de los fieles. Con eso es suficiente para absorber la atención de una ciudad entera.