Diario de León

La contraprocesión| Javier Tomé Procesión del Silencio, retomando la vieja epopeya

JESÚS

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León

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La secular pasión cofrade del pueblo español, y también del leonés, viviría un período de graves turbulencias a partir de la instauración de la II República en 1931. Carreras, blasfemias y hasta algún disparo aislado jalonaron los desfiles procesionales de la época, pues los «sin Dios», tal como se motejaba a los elementos más radicales de la izquierda, despreciaron el ideal moral y estético que ha cumplido cinco largos siglos y es una de las principales señas de identidad de nuestra nación. Todo cambió tras la victoria del ejército franquista, pues las nuevas autoridades optaron por recuperar en toda su luminosidad este ritual que cala tan hondo en los corazones. Así, la imagen de la Macarena se paseó por las calles sevillanas portando el fajín del general Queipo de Llano. Y la procesión del Santo Entierro que tuvo lugar en León allá por 1939, fue cerrada por una centuria de falangistas que llevaban sus fusiles «a la funerala». Al calor de aquella renacida religiosidad, los padres capuchinos crearon en 1941 la llamada procesión del Silencio o de los Hombres, pues está restringida en exclusiva al género masculino. Un cortejo impresionante por su soledad y patetismo, hecho de gestos y tradiciones que incitan a la más sentida emoción. Sólo el silencio es grande, dijo el filósofo, todo lo demás es debilidad. Y por eso mismo, una silenciosa expectación acompaña al desfile desde su salida desde la iglesia de San Francisco, enclave favorito del León viejo, católico y sentimental para disfrutar de la Semana Santa. El antiguo jardín romántico del siglo XIX utilizado por nuestros abuelos en sus paseos, semillero además de romances y otras pérfidas maniobras del travieso Cupido, se ve tomado ahora por centenares de personas dispuestas a saborear la genial escenificación de los pasajes bíblicos. Y vibran de forma callada al paso del Cristo de Medinaceli, acunado por una marea de devociones, o del Cristo de la Expiación. Pero siempre en silencio, pues de los hombres aprendemos a hablar. A callar, sólo de Dios.

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