OPINIÓN
Cuestión de fe
«Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas» Mateo 21, 12 EN ESTOS días de Semana Santa que vivimos volvemos a ver cómo sale a la calle la expresión popular del fervor folclórico que, con el mismo entusiasmo que en otros festejos del año, se repite en varias celebraciones con distintos nombres y escenarios. Y es que, cuando se van acercando estas fechas, parece que la fe escondida en lo más profundo de nosotros mismos hace que se multipliquen los fieles y devotos en la calle, al son de la campana procesional que llama a los corazones de la gente con más ahínco que el mismo Jesús cuya luz recibimos por el bautismo. Vivimos en una sociedad en la que parece que está mal visto demostrar públicamente la fe que uno profesa, y la persecución de lo religioso en las aulas se une al rol que ese poder mediático surgido de las cenizas de otros tiempos quiere tratar de inculcar a los españoles de hoy y de mañana. El resultado: que nos tropecemos a diario con personas que no saben lo que quieren, ni siquiera el papel que están desempeñando en la sociedad en la que les ha tocado vivir, haciendo, cuando menos, el ridículo. Una cofradía de las que estamos acostumbrados a ver en nuestra España más castiza, o a formar parte de ellas, lleva impreso un marcado carácter religioso. Por mucho que les pese a unos cuantos, jamás se podrá concebir una hermandad o cofradía semanasantera desligada de la Iglesia Católica y de los compromisos morales que emanan de su doctrina. Sin embargo, parece que cada vez más, algunas de estas hermandades sólo se presentan como una institución en la que se mezclan las habilidades teatrales con las prácticas puramente comerciales, bastante alejadas de sus verdaderos principios fundacionales. A nadie con un mínimo de vista se le escapa que hay quienes pertenecen a una cofradía penitencial -o participan en sus actividades- como si lo hicieran en cualquier otra sociedad de recreo en las que antaño se hacía tanta política como empresa. O, aquellos otros, quienes sin participar en la misa desde que algún bautizo, boda o funeral los llevó hasta ella, se atreven a cargar en sus hombros una imagen de Jesús Nazareno o de su Madre¿ Y los que se alzan en defensa y representación de una cofradía cuando, delante de una imagen del mismo Cristo, blasfeman sin pudor alguno¿ O aquellos que se piensan que una cofradía es una especie de tienda que puede comprar y vender de todo, por insólitos que sean los productos a los que se marcan con el nombre del Hijo de Dios¿ ¿No habrá alguien que les explique, en un lenguaje apto para su escasa cultura, que Ése del que se vanaglorian por 'representar' es el mismo que se hace presente en la celebración de la Eucaristía? ¿Cuándo entenderán que la Casa de Dios es templo de oración y no un mercadillo? ¿Por qué a ciertos cargos no les basta con tener la mitad de afines, pero comprometidos de verdad con la fe que representan? ¿Tan difícil es entender que una cofradía no se puede concebir sin pensar en la Iglesia? ¿Por qué se ha llevado todo a estos extremos? Simplemente, creo que es cuestión de fe; y de cultura también. Y a los que le fallan sus capacidades en alguna de las dos, difícilmente podrán dar verdadero testimonio de la labor que les ha sido encomendada o han tomado como propia cuando, realmente, no estaba pensada para ellos. Los demás, seguiremos viviendo estos días con intensidad.