Diario de León
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Es probable que, como la mayoría de los papones, hayan madrugado ustedes. Al fin y al cabo, las procesiones de ramos que se celebran a la vera de las distintas sedes cofrades tienen un sabor insustituible.

Pero sea como fuere, a las 12.30, todos debemos acudir a Botines -seguro- sonriendo y llevando de la mano a nuestros hijos y nietos que, obligatoriamente, habrán estrenado algo -“quizás nosotros sólo estrenemos sonrisas, que no es poco-. Este año, además, La Borriquilla irá acompañada de la Banda de Jesús Divino Obrero -que cumple cincuenta años- desde Santo Martino hasta Botines. Pueden, por tanto, seguirla.

Aunque la procesión no sea de las más veneradas en León, no hay duda que tiene sabor. A ella y desde tiempo inmemorial acude la corporación municipal en forma de ciudad. Los vistosos trajes de los Maceros y la Policía Municipal de Gran Gala nos harán recordar muestro pasado, cuando León era el centro de una incipiente España. Tras la bendición de las palmas y en buena medida los numerosos ramos de laurel y de romero en flor, debemos desperdigarnos a saborear la limonada. Este domingo la ciudad está repleta de hermanos que acuden a sus juntas generales, de visitantes que están ansiosos de que les acojamos y de leoneses exultantes sabedores que los días grandes del calendario legionense están por venir. Las arterias más concurridas serán, sin duda, las de los Barrios Húmedo y Romántico. Pero por toda la ciudad cuecen habas-¦

La tarde nos va a deparar importantes e inolvidables recuerdos paponiles. A las 17.00, la Cofradía del Gran Poder, como queriendo prolongar la liturgia de la mañana, escenifica en la calle Carreras, la Entrada Triunfal de Cristo en Jerusalén. La Virgen -espléndida saya y manto- y el Cristo del Gran Poder (Melchor y Víctor R. Gutiérrez) son acompañados por unos magníficos apóstoles del XVII que en su día formaban parte del retablo mayor de la Catedral (Narciso Tomé). La cofradía de negro y plata, antes de encerrar su procesión, hace un rezo comunitario en la calle Ramón Cañas del Río (sobre las nueve de la noche). Si lo desean, podrán acompañarles.

Pero quizás los momentos más intensos de este día, están reservados para la tarde-noche.

Los primeros nos los brindará, sin duda, la Procesión del Santo Rosario de la Buena Muerte o «Dainos». Su salida del templo en absoluto silencio a golpe de tambor destemplado -de las Siete Palabras- y en momentos en que todas las órdenes de dan con tabletas, puede trasladarnos a un pasado remoto. Durante toda la procesión el Coro y los braceros del paso -“a los que se unen los fieles que, desde las aceras contemplan el paso del cortejo-, sólo romperán el silencio para cantar ese rosario que ya es un sonido más, y obligatorio, de los domingos de ramos leoneses. En la plaza de Regla y frente a la Virgen Blanca (sobre las 21.00 horas), pueden participar con los hermanos cantando la Salve popular. Ya casi llegando otra vez a la casa franciscana, el «Dainos» se encontrará con la Virgen de las Lágrimas frente a la iglesia de Santa Nonia. A pesar del gentío, el acto se desarrolla en absoluto silencio. No hace demasiados años, esa era la banda sonora de nuestras procesiones, el silencio, el recogimiento, el tiempo de reflexión, sin aplausos. Acudan a ese acto (sobre las 22,30). Estoy seguro que no se arrepentirán. A modo de despedida, el Mayordomo de la cofradía de la túnica morada se arrodillará ante la Virgen. Sólo al finalizar el acto, y ya con el Dainos yéndose hacia su casa, sonará la marcha Dolorosa. Dentro del templo, los hermanos del Silencio cantarán el Himno a Nuestro Padre Jesús Nazareno y se irán tras las puertas sin abrir la boca, sin recoger flores, sin alharacas.

En la plaza del Grano (sobre las 20, 30) podemos también saborear la Semana Santa del pasado. Aunque la Cofradía de la Redención sea joven (1991) ha sabido recuperar y revitalizar las formas y maneras de las procesiones leonesas de hace siglos. El cortejo sale en silencio del Patio de las Carbajalas solo después de que el secretario de la agrupación convoque a los hermanos. Todos los braceros llevan horquetas, elemento que hoy en día sólo sirve para conseguir que la procesión vaya acompañada de unos sonidos centenarios, pero que nos recuerda lo que fuimos. Un espléndido Ecce Homo (Nuestro Señor Jesús de la Misericordia, Pedro de Mena, Siglo XVII) irá alfombrado de claveles rojos, derrochando incienso que sale de sus pebeteros humeantes y acompañado por la magnífica Agrupación Musical de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. El Cristo de la Redención (Juan de Anchieta, siglo XVI) se monta en la calle, justo a la salida del patio. Vivan esos momentos en silencio. Ayuden a los hermanos a no romper su voto y a llenar las calles de los sonidos más ancestrales.

La Coral Coyantina colabora también con esta Cofradía a trasladar a los hermanos y al público a pasadas centurias. Frente a la Iglesia de San Martín (sobre las 21. 30) y al final de la procesión, las voces de sus componentes nos harán vivir momentos intensos, sobre todo en la recogida, la única que finaliza con música sacra, en absoluto silencio.

Los hermanos del capillo rojo y la túnica negra siempre han tenido muy claro lo que quieren: mirar al futuro con unas sólidas bases en el pasado, recuperando lo que fue -y es- nuestro. Y puedo asegurar que lo consiguen.

Pasaremos pues, en este nuevo Domingo de Ramos, de las sonrisas, el bullicio y los aplausos, al silencio, a la reflexión, al recogimiento. Y es que nuestra Semana Santa, en apenas unas horas, puede hacernos reír y llorar pero, a buen seguro, ninguno quedará indiferente.

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