Bienaventurados los cero decibelios y la paz que dejan
La Procesión del Silencio se convierte en un ejercicio de intimismo que recrea el auténtico sentido de la vieja Semana Santa en León
león
No hay trompetas ni trombones. Sobran el bombo y el tambor. Lo lleva escrito en el nombre la Procesión del Silencio y lo sienten en la sangre los braceros que procesionan callados, impertérritos y devotos de lo suyo. León asiste en la tarde del Miércoles Santo al ritual litúrgico posiblemente más intimista de toda la Semana Santa y aún con un mínimo retraso en la salida que después derivará en tapón involuntario en la Plaza de Santo Domingo, la cofradía del Santo Cristo de la Expiración y el Silencio acude al encuentro del calendario para rememorar los tiempos del pasado, cuando en las procesiones no se hablaba y la determinación era voluntaria; sobraban las prohibiciones entonces.
A golpe de horqueta, la comitiva avanza unos metros para entonar las primeras oraciones sin haber llegado siquiera a la gasolinera de San Francisco. Sólo un claxon inoportuno y algún acceso de tos rompen el silencio casi sobrecogedor. Los otorrinos sufrirían una tasa de paro galopante si costumbres tan saludables proliferasen más a menudo.
Reservada sólo a hombres (los ecos de la tradición tienen su parte buena y su parte no tan saludable) ni siquiera en la representación del resto de cofradías que cierra la procesión figura la de María del Dulce Nombre. Son estrictos los hermanos de La Expiración y el Silencio, que solamente llevan la túnica puesta cuando se enfundan el capillo (nunca se les verá por la calle) y captan crucíferos a través de los anuncios de periódicos como este para procesiones como esa.
Hoy no hay devotas, pero ocupa su sitio una larga fila de hombres que sin velas pero con arrugas, sin rezos pero con el ceño fruncido, sin emoción en la cara pero con el corazón contenido, caminan por senderos diferentes para llegar al mismo final. Son inescrutables los que llevan al Señor, ya se sabe.
Por Independencia arriba, en la zona derecha de la procesión, un hermano pasa la bolsa para pedir limosna entre el público. No son fondos destinados a la cofradía. Las obras de caridad agradecerán tan desinteresada disposición.