¡Cuánto dolor!
Con el alba ya se oye
caminar al Nazareno:
Son los braceros que van
juntando todos sus cuerpos
para mecer, muy despacio,
al Hijo de Dios. El Cielo
se desgarra con la nubes
que van gritando en silencio:
¡Dejad paso al Rey de Reyes,
dejadle paso al Maestro!
Será el Ángel quien te dé
a beber el desconsuelo.
Será Judas, el traidor,
el que te regale un beso.
¡Cuánto sudor! ¡Cuánta sangre
derramaste sin quererlo!
Primero fueron los látigos
que te dejaron maltrecho
y después, con grande burla,
te coronaron los necios
con la corona de sangre
y te anudaron al cuello
la soga de fuerte esparto,
y hacia Pilatos se fueron.
Barrabás que era el villano
quedo libre. «Nazareno
yo te entrego
para que te mate el pueblo».
Cargaron sobre tus hombros
el maléfico madero
donde dejaste este mundo
para subir a los cielos.
Por el camino encontraste
a Simón, el Cireneo,
y te limpiaron la cara
henchida de sufrimiento.
Te despojaron la túnica
y te expoliaron a dedo
lo podo que allí llevaste
y te clavaron. Yerto
quedaste en la Cruz
con el malo y con el bueno.
¡Cuánto Dolor, cuánta sangre
derramaste sin quererlo!
Dejaste sola a tu Madre,
la soberana de cielo
y con ella estaba Juan,
el hijo, tu predilecto.
Las lágrimas de su cara
su dolor y su gran miedo
llenaban La Calavera
antes de verte a ti muerto.
Y expiraste con un grito.
Y se rasgaron los cielos.
¡Cuánto dolor, cuánta sangre
derramaste por querernos!
Viernes Santo, muy temprano,
la ciudad viste de negro.
Papones enardecidos
dejan corriendo su sueño
para mecerte en sus hombros
y recordar en silencio
ese dolor y esa sangre
tuya, Jesús Nazareno.