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Luis Mateo Díez | Escritor y académico de la RAE

Los años que van quedando

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León

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Sabemos de sobra que el tiempo vuela y los ciento quince años que cumple el DIARIO DE LEÓN han adquirido en ésta actualidad pandémica una velocidad galopante. La conciencia del tiempo tiene ahora, en mi experiencia, una especie de confusión que la sobresalta hasta extremos inusitados y, a la vez, la vacía o la despoja, de tal manera que tengo la impresión de estar viviendo un tiempo sin tiempo, otro elemento inquietante de la enfermedad que nos mantiene recluidos.

Hay quien dice de modo terminante que las semanas se van sin contemplaciones y que siempre es viernes, como si las transiciones diarias estuviesen diluidas, y el viernes apenas fuese un modo de indicar que la medida de las mismas es terminal, que la semana acaba ahora antes que antes y vuelve a repetirse con igual intención.

Supongo que todos tenemos sensaciones variadas, y hasta variopintas, de lo que estamos viviendo, de este tiempo sin tiempo que nos lleva sin remedio ni respeto. La sensación también de que la restricción de nuestros hábitos más cotidianos e intranscendentes, el propio hecho de salir de casa, quedar con alguien, tomar una cerveza, compartir cualquier cosa, es un modo de suspendernos esa dimensión de la vida rutinaria, acaso la más inconsciente o barata y, por ello, la más crucial y necesaria.

Desde que he llegado a un cierto límite de edad, muy rebasada la frontera de los setenta años, asumo sin remedio los achaques del desgaste, lo que la maquinaria procura en sus quejas, cuando por suerte todavía no hay unas averías mayores, aunque un mal de la piedra pueda dejarte la advertencia para que cantes victoria.

Escucho a algún amigo en circunstancias de edades parecidas y acepto el convencimiento con que me dice que todos los días le duele algo y que curiosamente nunca es lo mismo. Lo que duele, ya sin solución, es la contingencia, la fragilidad, la pérdida y el hecho de tener que resignarse a este avatar que nos rompe la vida en su decurso más inmediato y acumula día a día, viernes a viernes, un robo de lo que más íntimamente nos pertenece.

No puedo tener memoria de los ciento quince años que conmemora el DIARIO DE LEÓN, pero me animaría a rastrear el olvido porque siempre me pareció más piadoso, aunque mentiría si dijera que no me quedan sensaciones, y hasta recuerdos para nada nostálgicos, de lo que llevo vivido de ese tránsito conmemorativo.

La primera vez que me vi en un periódico fue en el DIARIO DE LEÓN, siendo un mozalbete alborotado y no creo que haya periódico en todo el tiempo transcurrido desde entonces en que haya aparecido en más ocasiones, por lo que debiera mostrar mi agradecimiento, y hasta tenerlo como mío.

También el periódico estuvo en la primera ficción novelesca que escribí, reconociéndolo como el Vespertino pero con una caracterización tan explícita que hasta podían percibirse formas y atmósferas. Un inolvidable periodista de aquel DIARIO DE LEÓN, Pacho Reyero, con el que mantuve larga amistad y estrafalarias anécdotas, se adjudicó el protagonismo de la novela y no me quedó más remedio que reconocer que así era, que Marcos Parra, el personaje de la ficción, no era otro que él, llevado a donde debía por la verdad de las mentiras.

La restricción de nuestros hábitos es un modo de suspendernos la dimensión de la vida rutinaria, acaso la más inconsciente o barata
y, por ello, la más crucial y necesaria

La voz del DIARIO DE LEÓN me llega en la actualidad de manera reincidente con la llamada de otra periodista muy admirada y querida, Verónica Viñas, y también el tiempo y la dificultosa memoria contribuyen a la actualidad de un suplemento cultural del periódico, el Filandón, que siempre estuvo atento, contra viento y marea, a la cultura en el sentido más amplio de la palabra y a constatar lo destacable de nuestra tierra, por muchas décadas bajo la mano y el esfuerzo de Alfonso García.

No sé si los años dan la solvencia precisa para apreciar o presentir algún tipo de culminaciones. El que sigue escribiendo, con el riesgo del reto y el compromiso de la fidelidad a su mundo, lo tiene claro, y es lo que se me ocurre decir después de tanto tiempo, tan lejos del jovenzuelo alborotado, tan cerca de la última noticia de una última novela que no parece que vaya a ser la última, si el DIARIO DE LEÓN sigue siendo el Vespertino de tantas noticias y peripecias.