Valentín Cabero Diéguez | Catedrático de Geografía en la Universidad de Salamanca
Resistencias entre ruinas y esperanzas
Desde la tribuna que nos brinda la independencia del DIARIO DE LEÓN en sus 115 años de andadura, digamos que la provincia de León nos duele profundamente; sentimos una intensa preocupación por el futuro de sus gentes, paisajes y recursos naturales. Los desgarros demográficos y las heridas económicas o ambientales son de tal envergadura que las estadísticas, tan frías en sus valores cuantitativos, son incapaces de recoger y reflejar en toda su complejidad la realidad que estamos viviendo. Los informes y estudios de los últimos días inciden en hechos bien conocidos: las altas tasas de envejecimiento, la disparada brecha del crecimiento natural negativo, la sangría emigratoria e incesante de los más jóvenes, la pérdida significativa del peso económico agravada con las crisis sucesivas de la minería y de la producción energética e industrial, el abandono de nuestros medios rurales de montaña y la desaparición de las agriculturas familiares. Las bajísimas densidades de población nos hablan de abandonos y extensas soledades. Hasta nos hemos quedado sin músculos financieros que en un alarde de poderío ensoñador alguien pensó que reconquistaríamos España a lomos de un toro fuerte y robusto. La cerviz del simbólico torito quedó muy herida en 2010 y totalmente aplastada en 2014. Vorazmente, la gran banca sin rostro y sin alma lo ha engullido todo, bajo la mirada y anuencia cómplice de nuestros representantes.
Algunos diagnósticos señalan que las ruinas dejadas tras de sí por los procesos vividos en estos años y a lo largo del último siglo son el resultado lógico de la modernización de nuestras vidas, del bienestar de nuestra sociedad urbana y rural. Poco o nada se dice de los mecanismos de concentración de las explotaciones intensivas, de la implantación de modelos agrarios dependientes, de la extracción sucesiva de recursos no renovables y estratégicos, de la apropiación por grandes corporaciones de los bienes y recursos comunes, o de las industrias «redentoras» y modernas que se desmantelan y se desmoronan ante nuestros ojos, después de recibir cuantiosos fondos públicos. Podríamos darle nombre propio a cada una de ellas y a los lugares que ocuparon en el mapa provincial, sembrando sueños que hoy se han convertido en pesadillas.
Desde hace 188 años (1833), la provincia de León ha recorrido un largo camino como ente administrativo y ha gestionado directa o indirectamente una superficie de 15.581 kilómetros cuadrados, en la que se integran en estos momentos 211 municipios; un territorio de una gran diversidad, con un 60% considerado como zonas de agricultura de montaña, en el que llegaron a censarse como población de hecho 591.000 habitantes (1960); muchos de ellos vivían en condiciones muy precarias y de pobreza intolerable. Entonces la población activa en el sector primario representaba el 51,5%. Al mismo tiempo que las minas y la producción térmica atraían a nuevos habitantes, el éxodo rural rasgaba con violencia las cohortes demográficas más productivas, dejando estranguladas y rotas las estructuras sociales y económicas de nuestros pueblos. Entre 1961-1981, el saldo negativo o las pérdidas provinciales se calculan en algo más de 147.000 habitantes.
A partir de 1983, la provincia se integra en el conjunto regional de Castilla y León, y las expectativas depositadas en las nuevas políticas autonómicas no se han cumplido; eso sí, las ayudas y ajustes europeos, a la vez que imponían las reglas del mercado único desde los años noventa, contribuirán a una mejora de las rentas y de las infraestructuras, y a una dialéctica de la especulación urbana, del fraude, de la subvención, del despilfarro; paradójicamente, también a la resistencia en el medio rural, con grupos de acción local que han puesto mucho empeño en tejer esperanzas allí donde el abandono amenazaba con los escombros y el descontrol de tantos recursos vitales y patrimoniales.
Cuando tanto se habla estos días de resiliencia y restauración, de retos demográficos y medio rural, de soberanía agroalimentaria y economía circular, de energías verdes y renovables, o incluso algunos nos sugieren el decrecimiento frente a los vacíos y a los desmanes neoliberales y consumistas, las tierras de León deben enterrar muchos de los fantasmas modernizadores extractivos o los sueños industriales efímeros, llenos de falacias, pues han creado en el imaginario leonés una desazón y una vulnerabilidad quebradiza ante la construcción del futuro. Menos mal que mujeres y hombres resistentes han sostenido con firmeza la vida en nuestros pueblos, villas y ciudades. Se merecen nuestro respeto y reconocimiento; ellos y sus memorias, además, han sufrido tristemente los estragos de la pandemia del covid-19.
Menos mal que mujeres y hombres resistentes han sostenido con firmeza la vida en los pueblos, villas y ciudades. Se merecen nuestro respeto y reconocimiento
Afortunadamente, en nuestras tierras viven personas arraigadas y con coraje, y nuestros recursos naturales, renovables y complementarios, ofrecen oportunidades para mirar con esperanzas el futuro y para mantener unas condiciones de vida dignas. La recuperación con sentido común del espíritu de la ILE (Institución Libre de Enseñanza), del alma de los concejos y de las facenderas , con la debida adaptación a los tiempos actuales, no sería un mal comienzo para dar respuesta a los tecnócratas y algoritmos que marcan las políticas y gestión sobre nuestros recursos y territorios. A pesar de la fragilidad de nuestras estructuras demográficas, podemos afirmar que no es una quimera. Algunas Asociaciones como Pronumenta o A Morteira, en El Bierzo, lo vienen practicando con sensatez y entusiasmo cívico desde hace años. Nos han enseñado algo obvio que hoy cobra un valor extraordinario y esencial: la naturaleza, los paisajes y el patrimonio nos salvarán ante el cambio climático y ante la pérdida de referencias y vínculos culturales colectivos o familiares. Una buena dosis de ese ánimo e inteligencia, nos lo transmiten mujeres como las del Monte de Tabuyo, que han sabido aunar con entereza los saberes tradicionales, los bienes y recursos naturales, la innovación y el trabajo solidario, sin renunciar a una vida llena de dignidad en el lugar. Junto a otros muchos resistentes, son un buen ejemplo de esperanza para toda la provincia de León.