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Antonio Turiel | Doctor en Física Teórica, experto en oceanografía e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Transición ecológica en la montaña de León

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León

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Después de años de negar el problema, y otros años más de pretender que se hacía alguna cosa cuando en realidad no se hacía nada, nuestros gobernantes han decidido que hace falta hacer algo con el problema del cambio climático. Con la pandemia de la covid todavía estrangulando la actividad económica, la Comisión Europea ha decidido que era el mejor momento para emprender el camino de la transición ecológica. Y por eso mismo, por el enorme retraso que llevamos, nos dicen, ahora hay que ir deprisa, muy deprisa. Rápido, rápido, hay que hacer la transición ecológica ya. No es el momento de pensar: es el momento de actuar. Europa, y por tanto España, necesitan descarbonizarse a marchas forzadas y lo que ahora toca es instalar multitud de parques eólicos y fotovoltaicos.

En medio de este frenesí, a España le ha tocado una parte muy grande del nuevo esfuerzo en producción de energía renovable. No es que en España no haya apostado decididamente por este tipo de energía, al contrario: el 44% de toda la electricidad producida en España es de origen renovable, uno de los porcentajes más altos en Europa. Pero España tiene mucho sol, y en ciertas zonas bastante viento, así que su potencial renovable está lejos de haberse agotado. Tenemos que ser solidarios. Tenemos que contribuir en la lucha contra el cambio climático. Los españoles, y particularmente los leoneses, debemos estar a la altura del reto.

Desde las instancias gubernamentales se ven con gran preocupación todas las iniciativas contrarias a los grandes proyectos que han surgido por toda España, agrupadas mayoritariamente en la plataforma Aliente (Alianza Energía y Territorio), a la cual por ejemplo pertenece la Plataforma por el Futuro de la Montaña Central Leonesa, que se opone a los proyectos de macroparques eólicos que se quieren desplegar en el norte de nuestra provincia. Colectivos que dicen estar de acuerdo con la necesidad de hacer una transición a las energías renovables, sí, pero de una manera respetuosa con el territorio y con un modelo de explotación que favorezca del desarrollo local más que la «fuga de electrones» hacia los grandes centros de consumo. ¿Qué está pasando? ¿A qué vienen estas prisas ahora? ¿Es tan urgente el problema? ¿Necesitamos todos estos parques renovables? ¿Serán rentables? ¿Tienen o no razón los que se les oponen?

Como suele pasar, nadie tiene la verdad absoluta, sobre este como sobre ningún otro tema, pero en el caso que nos ocupa hoy hay demasiadas claves ocultas para hacen difícil comprender qué es lo que está pasando y qué es lo que hay en juego.

Comencemos por la urgencia. La emergencia climática es gravísima: desaparición de glaciares, aumento de las temperaturas extremas, cambios en las precipitaciones, avance de la desertización y, en última instancia, unos desajustes climáticos tan grandes que pueden llegar a poner en peligro la agricultura. No es un problema menor. Sin embargo, no se había hecho nada útil para luchar contra este problema porque nuestros líderes saben que para combatir el cambio climático es necesario reducir drásticamente la quema de combustibles fósiles, y eso implica un frenazo total de la economía. Así que cada líder entrante se ha dedicado a fingir que estaba haciendo algo útil, y a dejar el problema para la persona que viniera cuatro años más tarde. Llevamos décadas haciendo esto. ¿Qué ha pasado, pues? ¿Qué ha motivado las prisas actuales?

Tenemos que ser solidarios y contribuir en la lucha contra el cambio climático. Los españoles, y particularmente los leoneses, debemos estar a la altura del reto

La razón real de la agitación actual es la escasez de petróleo. Las grandes petroleras llevan reduciendo inversiones desde 2014 (60% a nivel mundial; Repsol en particular un 90%). No queda petróleo rentable (los costes de los nuevos yacimientos son inasumibles). La producción mundial de petróleo decae desde 2018. La de diésel, desde 2015. Falta diésel y falta de todo: plástico, cobre, acero laminado, chips… La Agencia Internacional de la Energía avisaba en su último informe anual que sin inversiones la producción de petróleo podría llegar a caer hasta un 50% en 2025 (la crisis de 2008 supuso una caída de consumo del 4%; la Segunda Guerra Mundial, del 20%). No hay preocupación ambiental: hay histeria delante de una crisis de proporcionales inimaginables. Hace falta energía como sea.

Pero la energía renovable no es como la energía fósil; si lo fuera, hace años que habríamos hecho la transición. Es más pausada y más distribuida, e intentar acelerarla y concentrarla lleva a la ineficiencia, a desperdiciar grandes cantidades. Encima, se apuesta todo a un modelo 100% eléctrico cuando en los países desarrollados la electricidad es alrededor del 20% de la energía final, y aumentar ese porcentaje es dificilísmo. Encima, los coches eléctricos, los aerogeneradores y las placas fotovoltaicas requieren de materiales escasos, insuficientes para que todo el planeta haga la transición. Materiales que no están en España y que en los últimos meses han comenzado a escasear, en muchos casos por su dependencia directa o indirecta del petróleo.

Se ha esperado demasiado, y el modelo centralista de consumo de la energía renovable no solo no es funcional, sino que ya no es posible. Hay que ir a un modelo de transición diferente, uno basado en el aprovechamiento local de la energía, no siempre de manera eléctrica, mucho más eficiente, que se aprovecha en el territorio y que genera riqueza en él; un modelo que no requiere de macroinstalaciones ni de materiales escasos, fácil de construir y fácil de reparar. Un modelo diferente pero del que nadie habla. Aún. Porque la única transición posible será la que se base en este otro modelo. ¿Lo hablamos?