Día de Todos los Santos
Costumbres populares y creencias tradicionales
La variada lista de ritos y costumbres del pueblo leonés cobra aún más intensidad en estas fechas gracias al significado de la celebración
«Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas».
Pocos relatos hay tan deliciosos como ‘Rimas y leyendas’ de Gustavo Adolfo Bécquer en el apartado de ‘El monte de las ánimas’ y escasos son los testimonios que tan bien reflejan el sentir de la noche de hoy. La víspera de Todos los Santos, una procesión de almas en pena con la cruz y el calderillo, recorren el campo y el pueblo para llevarse consigo a todos los caminantes despistados que anduviesen sin la protección del amuleto adecuado. También aparecen para anunciar la muerte próxima de los enfermos.
Esta procesión es conocida como La ‘Santa Compaña’ antiguamente denominada la ‘Estantigua’, ‘la Güeste’, ‘la Güestia’ o la ‘Hueste Antigua’. Dicen que en El Bierzo el otoño empieza con los tradicionales magostos. Un festival de fuego, chambombos y castañas para contar historias de miedo durante toda la noche.
En Carandem el día 2 de noviembre recuerdan a La Vieja del Monte, una anciana que vive en una cueva en el monte. La mujer tiene un horno donde amasa y cuece pan que entrega a los pastores y campesinos para que se lo lleven a los niños cuando vuelven a casa.
A Corporales se le conoce estos días porque acoge la celebración del Magosto ambulante, que llega como cierre a una jornada intensa de talleres, música y tradiciones.
La fiesta del Magosto en Fabero es una celebración propia del otoño, en la que las castañas son las protagonistas.
EL FILANDÓN
La celebración se desarrolla en torno a un fuego y, al olor de las castañas, se cuentan historias o leyendas como parte del ‘Filandón’ o fiesta popular.
El desdoblamiento cultural en las distintas regiones de la provincia da lugar a numerosas tradiciones y creencias. No obstante, el ritual único e igual para todo León se componía por el amortajamiento, sepelio y luto.
Una vez probado el deceso, se realizaba el aseo del difunto. Tras asear a la persona, se procedía a vestir al difunto para su exposición ante familiares y amigos. Este proceso es conocido como el amortajamiento.
Lo más habitual era utilizar el traje. No obstante, en casos de extrema pobreza se recurría al sudario o sábana blanca. También se recurría al color blanco de las vestimentas si se trataba de un infante, con la intención de destacar su carácter inocente. La persona que pertenecía a una hermandad u orden militar, portaban el hábito de la orden o del oficio.
El lugar de la exposición del cuerpo, como norma general, era el propio lecho dónde había fallecido o el salón de la vivienda.
AMORTAJAMIENTO
Una vez concluido el amortajamiento y ubicación del difunto en la estancia, se velaba durante un día (alrededor de veinticuatro horas). Este proceso surge como una técnica más para certificar la muerte.
Tras el velatorio, el siguiente paso era la conducción del cadáver a la parroquia o cementerio para el entierro.
Como tradición arraigada, la salida del féretro del domicilio se producía siempre con los pies por delante, excepto en caso de que fuera un niño o un sacerdote, que entonces tenía que ser al revés.