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León

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Pulsos de León

y otros latidos

Enrique Cimas. Ed. Nueva Comunicación, León, 2009. 134 pp.

D. GARCÍA LOMBAS

No hay duda de que buena parte de la mejor literatura del siglo XX se halla dispersa en los periódicos, frecuentemente de difícil acceso. De ahí la necesidad de rastrearla como fruto de un momento relevante. Esta necesidad se hace imperiosa en el ámbito del periodismo de provincias, cuyos cultivadores no gozaron normalmente de un justo reconocimiento editorial ni de una extensa difusión. Lo efímero del artículo hace aún más difícil esta recuperación. De ahí lo oportuno de Pulsos de León y otros latidos , una serie de colaboraciones periodísticas que pueden servir al lector de acercamiento a la extensa y variada obra de Enrique Cimas.

Conviene no olvidar que el libro es sólo una aproximación mínima a su obra, no circunscrita al periodismo, ni limitada a un espacio geográfico concreto. Téngase en cuenta que buena parte de la trayectoria profesional de Enrique Cimas tuvo como escenario el País Vasco en los difíciles años que van de 1950 a 1975. Sus colaboraciones poéticas y sus publicaciones sobre temas turísticos fueron siempre una actividad complementaria. Esta versatilidad creativa se hace patente en Pulsos de León y otros latidos, epígrafes alusivos a la doble condición de estos artículos. El bloque primero ofrece frutos de su visión de lo leonés, su último destino como director de PROA-La Hora. Personajes, momentos y escenarios evocados se transforman en una mirada apasionada y fervorosa de estas tierras. «Y otros latidos», segundo bloque de la obra, amplía el horizonte de esta mirada. En ella se refleja el espíritu del Cimas intelectual y cosmopolita junto al padre de familia emocionado por el nacimiento de su nueva criatura o por el amor evocado en «Oros de otoño». Poco importa el contenido de lo tratado. En ambas miradas perviven la sensibilidad por lo moderno y la nostalgia de lo que se fue. Una buena forma de atrapar el tiempo y ponerlo al alcance de los lectores a través de la creación literaria.

Ninguna de las colaboraciones adolece del tono rancio o periclitado del que el tiempo desgraciadamente suele dotarlas. Y ahí está el misterio de su atractivo, en esta intemporalidad de la que gozan las obras que alcanzan la condición de clásicas en su modernidad y en su polisemia. Un milagro sólo al alcance de ciertos creadores.

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