Diario de León

INVENCIÓN LITERARIA DEL PAISAJE LEONÉS (98)

Unos peristas montaban cierto follón

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BLANCA RIESTRA

Y o llevaba un día y medio sin comer: sólo eso puede explicar que tuviese la imprudencia de dejarme invitar a una caña por el Gran Hampón. Dos minutos después, envalentonado, pedí unos boquerones.

- Y entonces -“me preguntó el Gran Hampón con toda la gentileza de su único diente en ristre-, ¿qué tal le va por la villa y corte? ¿Se acostumbra a su nueva vida? Sepa que me ha dicho un pajarito que aún no lleva ni tres meses en el Foro, que viene usted del país vecino y es usted hombre de calidad y de cualidades, cosa infrecuente en este mundo tan ruin. No crea usted que todos en la profesión le quieren bien, que hay muchos que no comprenden la vida del poeta y la tildan de ociosa y disoluta, que al que trabaja en lo manual no hay quien le hable de las tareas del espíritu.

- Según como se mire, don Mariano, ya está usted sentando cátedra -“terció el patrón con las manos plantadas en la barra-, que hay muchos poetas que ni la rascan y quieren que los otros les hagamos reverencias.

- Ve -“me dijo el Gran Hampón volviéndose hacia mí triunfante mientras yo terminaba sin pudor el último boquerón envuelto en un mendrugo de pan tierno-. A este tipo de incomprensiones ha de someterse la vida del pensador, del artista en suma.

P edí otra caña para desinfectarme la garganta, a lo que accedió al punto el enemigo de las artes y las letras. Bebí un trago cadencioso y repuse con alegría:

- Don Mariano, usted es un hombre de estudios. Tal y como habla, bien se ve. ¿Cómo un hombre de sus inclinaciones ha recalado en el mundo de la mendicidad y el raterismo?

El Gran Hampón guardó un silencio dramático y complacido, se arregló el clavel en la solapa y repuso saboreando sus palabras.

- Tener, yo no tengo estudios, señor Vilano, pero para el caso y para lo que me sirve, demasiado sé. Soy yo hijo de un fullero de tres al cuarto de la calle del Pez y de una catalana que limpiaba, allá en los dorados cincuenta, la famosa pensión Felisa de la calle de la Montera. Vivíamos tan ricamente y a mí mi padre me preparaba ya para seguir sus pasos. Enseguida me retiró de la escuela, que creía él que podían deformarme el carácter porque a mí los curas enseguida me podían y me llevaban pa ra su bando con facilidad, que era yo un jovencito bueno y dúc til de corazón con muchas tendencias religiosas y lágrima fácil. Me colocó a servir de mozo en un guarnicionero de la calle de Ave María donde empecé yo a hacer mis primeros robos, aquellos de los que más orgulloso me he sentido, pequeñas sisas, timos inofensivos, mentiras piadosas.

«Después el camino vino rodado, no en vano dice el refrán que quien roba uno roba cien. Y es cierto que lo importante en esto del latrocinio es el concepto. Viene de suyo -“añadió don Mariano- que nunca descuidé mis tendencias piadosas, que más que perjudicarme en la profesión siempre me han beneficiado. Que Nuestro Señor siempre ha favorecido a los ladrones, a las meretrices y a los necesitados de toda índole, por lo cual, ¿qué mejor que serle recíproco y tributarle nuestra reveren cia y simpatía?, que es de bien nacido el ser agradecido y que, como decía el señor Monipodio -“Santo Fundador de la Confradía-, «más vale un par de candelas bien puestas que muchos abogados de pago forrados hasta los dientes de billetes verdes».

Y o sonreía escuchando los propósitos de aquel individuo elocuente y tan de ley. Don Ramón rellenó nuestros vasos de cerveza. Entretanto el Deportivo había marcado ya un gol y unos peristas leoneses en la trastienda montaban cierto follón, mezcla de estupor y de contento.

(De Todo lleva su tiempo,

Blanca Riestra.

Alianza Editorial, Madrid, 2009. 254 pp.)

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