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PARA PERPETUAR LA MEMORIA

De trasgos, demosy aparecidos

Publicado por
León

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ÁNGEL DE PAZ FERNÁNDEZ

L as historias familiares de Borrenes y Peón, que nuestra madre nos contaba de pequeños, eran terroríficas. Ella, por otra parte, más que contárnoslas, nos las representaba. Las vivía como si ella misma hubiera sido su protagonista. Nuestro padre sonreía escépticamente, pero ella no admitía dudas: aquello se lo había contado su madre o su padre y tenía que ser verdad.

Su madre, Concepción, era de Peón, aldea de cuatro casas a la que había que acceder atravesando el Sil en una barcaza. Se casó con mi abuelo Emilio que era de Borrenes. Varias veces al año, con motivo de fiestas o trabajos del campo, recorrían el trayecto entre ambos pueblos a pie o a caballo. Desde Peón, el camino ascendía la elevación que hay hasta Campañana y San Juan de Paluezas, para descender, luego, hacia el valle donde se asienta Borrenes. Por aquellos parajes solitarios acontecían estas historias.

Mezclo con el castellano algunas expresiones galaicas porque así me las contaron a mí y, además, responden a la mezcla lingüística propia del hablar cotidiano en aquellos pueblos.

N o recuerdo los nombres que les daba mi madre a los protagonistas de esta historia y, aunque así fuera, preferiría no nombrarlos. Los llamaré, pues, Pedro y Manolo.

En las épocas de más apuro en las labores del campo, era habitual que se desplazaran trabajadores de Peón a Borrenes. Un día de mayo, después de pasar la jornada cavando las viñas, Pedro regresaba a casa. Manolo, que había salido antes, pensó en gastarle una broma pesada y meterle un susto. Eligió el lugar del camino que le parecía más solitario. Se sentó entre unas carrascas y cubrió su cuerpo con la quilma y un trapo que había usado para llevar la merienda. La quilma blanca se veía bien a la luz de la luna en creciente.

Cuando oyó que Pedro se acercaba, comenzó a proferir unos gritos guturales ininteligibles que podían ser mitad amenazas, mitad lamentos. Gritaba unos instantes, paraba y volvía a gritar. Pedro se asustó, pero no tanto como el otro pretendía. Se aproximó y cuando tuvo cerca el deforme bulto, pronunció solemnemente el conjuro que le habían enseñado para estos casos:

− Si eres alma en pena, dime qué quieres; y, si eres o demo, te abrenuncio.

Volvieron los gritos y gruñidos. Pedro pronunció por segunda vez su conjuro; y, por segunda vez, respondió el bulto con su ulular amenazador:

­-”Respóndeme de una vez. No te lo vuelvo a preguntar; y le lanzó por tercera vez el conjuro:

­-”Si eres alma en pena dime qué quieres y, si eres o demo te abrenuncio.

Respondió el bulto con un grito profundo y terminó con un larguísimo:

­-”Soy o demo.

­-”Pues, si eres o demo , ya he dicho tres veces que te abrenuncio y, para que te enteres, ¡toma!

A l tiempo que decía esto dejó caer con todas sus fuerzas la azada bidente sobre aquel bulto blanco.

Cesaron los gritos y un silencio casi hiriente volvió a reinar en el camino. Pedro no se detuvo ni un minuto. Llegó a casa cansado y, mientras cenaba, le comentó a su madre que, por el camino, le había salido o demo y lo había matado.

Su madre le preguntó los pormenores de su hazaña.

­-”¿Qué has hecho, fillo ? ¿Crees que o demo se iba a dejar golpear así? Tú has herido o matado a alguien que te salió al camino.

­-”Madre, él dijo que era o demo .

La pobre mujer no pegó ojo en toda la noche. Por la mañana temprano, ya corrían voces por el pueblo de que Manolo no había llegado a dormir a casa. Salieron en su busca. Enseguida los perros ladraron y, cuando la gente llegó ante aquel bulto inerte al lado del camino y levantó la quilma, apareció la cabeza de Manolo. La sorpresa y lo que realmente impresionó a aquellas gentes, no fue el encontrarlo muerto.

Lo que llenó de pánico y ocupó mucho tiempo los comentarios del pueblo, fue lo que ellos vieron en su frente: dos protuberancias sanguinolentas habían aparecido en el lugar donde Manolo había recibido el impacto de los dientes de la azada. No fue necesario dictamen de médico forense alguno. El pueblo sentenció:

− Quiso ser o demo y Dios lo castigó. Además de morirse, le han crecido cuernos.

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