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Nombrar, estampar la mariposa contra el cristal

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León

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Los amántopos

Susana Barragués. Diputación Provincial / Instituto Leonés de Cultura (col. Provincia), León, 2009. 66 pp.

JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ

Los títulos de Susana Barragués son curiosos, excitan la curiosidad: Los hipódromos del corazón (2002) y La campesina fascinada (2007) son sus poemarios primeros; el último, Los amántopos . Como este libro no parece muy accesible al primer golpe de vista, la propia poeta ha ofrecido algunas claves de lectura en la portada posterior: nombrar supuso dividir la realidad en cosas, objetos, deseos, sueños, etc. La división era precisa para pensar las cosas, las sustancias. Una de esas sustancias es el amor: nombrado puede ser reducido a una palabra, a una idea, esquematizado. Los amantes-topo aman el nombre, no se entregan, «enferman de pensarse». La poeta se pregunta si podrán regresar alguna vez de su egoísmo, del mero nombrar y pensarse. Por otro lado, Barragués escribe un prólogo en el que reflexiona sobre palabras y límites, sobre la correspondencia de palabra y realidad; pero ya asoma la poesía, la impregnación de la realidad por el sentir del yo: «¿Puede la palabra pelusa nombrar completamente a ese halo de temblor, miedo y gozo que crece sobre los melocotones a la sombra?». El lector se enfrenta a un libro de poemas, en efecto, aunque fuera de los parámetros acostumbrados: no hay versos, ni responde al poema en prosa habitual. Prosas poéticas puede ser su nombre; o ensayos poéticos, no importa demasiado. Son quince piezas más otras tres con el epígrafe general de «Alegría». En ellas el pensamiento sobre el lenguaje está muy presente: creación del mundo en cuanto lo nombramos, con una división de Todo en dos: intimidad y excentricismo, es decir, lo propio y lo ajeno al yo. De la división nació el tacto y «los laberintos del deseo» (¿cómo no recordar aquí los hermosos versos de Talens: «Cuando el amor inventa laberintos, / alguien se tiene que perder»?). Y del deseo nació el amor.

No es mi intención parafrasear los textos. Advierto de su complejidad, tanta que la poeta añade notas al pie como aclaración, confirmación o mera ilustración de una idea. En cualquier caso no permiten la relajación estas prosas en las que van sucediéndose ideas que hallan su concreción en los amántopos, amantes «cosidos a su nombre», a los límites, a la imposibilidad de entregarse si no es «hasta la extenuación de sí mismos», el análisis infecundo a que someten los matices del sentimiento, sin acceder al amor como un todo... Reflexiones hay sobre los límites del tacto, la realidad disfrazada de nombres, la insatisfacción del deseo total («nunca el beso completo, definitivo»), sobre el amor y el deseo, sobre la diferencia (llena de imaginación) entre alegría, felicidad y gozo, todo ello con atinadas percepciones y agudas fantasías: en la extrañeza reside quizá parte del halo poético de estas prosas.