Amancio González
ANA CRISTINA PASTRANA
A mancio González es el escultor de los diálogos entre el hombre y la naturaleza, entre el mundo orgánico y el mineral. Todos ellos se caracterizan por esa voluntad que le define: la lucha contra el individualismo y la incomunicación. Su obra, de carácter existencialista, tiene una pretensión universal y trascendente, no meramente estética y temporal. El arte es entendido como un medio para que el hombre, mediante la contemplación de sus obras, se pregunte y reflexione sobre su vida. Ahí está la pasión del artista para reflejarnos, conmovernos y redimirnos con su magia. Y es que como diría Bertrand Russell, en el arte nada que merezca la pena se puede hacer sin ingenio.
En la vida, cada uno de nosotros somos el artista y la obra de arte, el escultor y la piedra. Todos nuestros actos, lo admitamos o no, están gobernados por el dolor y el placer. La vejez no llega con los años y las arrugas, sino con las renuncias. Amancio no está dispuesto a renunciar a esa inspección de los materiales y su comportamiento con los fenómenos naturales, a la búsqueda de interrogantes que destapen las emociones, soterradas por el miedo a la vulnerabilidad. Es un hombre que no gusta de aferrarse a lo conocido ni a lo convencional, que entiende la vida como un reto, una búsqueda de lo genuino, la conquista de lo inabarcable, el deseo siempre inconcluso. El buscador es un descubridor, reza un proverbio afgano.
Se dice que un hombre está más cerca de la muerte cuando sus recuerdos pesan más que sus esperanzas. Lo que una vez vivimos y disfrutamos lo seguimos viviendo eternamente porque acaba siendo parte de nosotros. En cuanto al arte, también somos selectivos y sobrevive lo que realmente nos interesa. Por esta razón, el escultor leonés busca que su obra tenga un carácter universal e imperecedero. La escultura es entendida como una combinación de la piedra, un elemento mineral, frío, con una ordenación cristalográfica, con otro orgánico, representado por la figura humana, donde es evidente la sensualidad en las formas redondeadas, la calidez y la caricia. Esta amalgama viene cocinada por la sabia sensibilidad del artista y su capacidad para despertar en el que contempla su obra esa inquietud por analizar su conducta y destapar su conciencia de animal sensible e inteligente, una llamada a esa responsabilidad que implica el hecho de ser libre y entender que su destino está ligado al de la Naturaleza. Porque ya decía Nietzsche: «El más grande será el que pueda ser el más solidario, el más oculto, el más divergente, el hombre más allá del bien o del mal, el señor de sus virtudes, el sobrado de voluntad; grandeza debe llamarse precisamente el poder ser tan múltiple como entero, tan amplio como pleno.»
La reflexión, una máxima
La reflexión siempre antes de la práctica es la máxima del escultor. No obstante, la obra final, reconoce humildemente, es la combinación de esa primera idea, muchas horas de trabajo y el azar, que ha jugado una baza en cuanto al descubrimiento de ese imprevisto que el ojo hábil y la mano diestra del maestro han sabido aprovechar para enriquecimiento de la misma. La técnica está al servicio de la obra, nunca constituye una finalidad en sí misma, es un medio útil para transmitir ese mensaje que nos conmueve. Es el deseo y la pasión lo que mueve al artista cada día, la búsqueda, a través de la intuición, del trabajo y la imaginación, de nuevas vidas para manifestarse, obviando todo aquello que se interpone entre él y su causa, que coarta su libertad o delimita su capacidad para crear, porque es nuestra enfermedad emocional y no la presión social la que, cada hora y cada minuto, nos anula, incluso aunque no exista ninguna presión externa. Como decía Josep Pla: «El mundo está repleto de su misma sustancia, está saturado de estupidez y de crueldad. Porque el instinto es la única cosa visible, clara y natural del hombre. En el momento de hacer algo, de emprender algo, la inteligencia no interviene para nada. En los momentos más avisados, la inteligencia es siempre algo confuso, incierto, con cabos sueltos, innumerables. Las pasiones, en cambio, son fijas y claras. Nos gobiernan en todos los instantes.»
Sus obras, de carácter figurativo, sufren una notable influencia de la escultura primitiva, no sólo por su solidez monumental, sino por ese sometimiento a una fuerte tensión, característica de algunas obras cicládicas y cretenses. Su expresionismo gestual difiere del ecléctico de Julio González, pero al igual que éste, observamos una lectura de lo humano, su pertenencia a la vida, la negación de la alienación y el recuerdo del sentir ancestral, pero con un tinte existencialista. Tal vez de ahí proviene esa exigencia común de afirmación, de monumentalidad. El carácter totémico de sus figuras evidencia una fragilidad exenta de mitificación, de dramatismo, en Julio, mientras que en Amancio constituye la esencia de lo puro, el sentimiento. Y nadie mejor que Hermann Hesse para recordarnos que ningún sentimiento es pequeño o indigno, ya que no vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos; cada uno de ellos, contra el que cometemos una injusticia, es una estrella que apagamos.
Existe, igualmente, una afinidad en sus trabajos en metal, donde el hueco adquiere un protagonismo excepcional. En este caso la tensión viene dada por el vaciado de masa sólida y la concesión de un gran valor al hueco, al vacío, sugerido por las curvaturas de las líneas, por la ausencia del volumen sólido. El hueco, curiosamente, es un espacio vivo, activado por las barras, los planos y el aire, que encierran y liberan la obra. «Pastores», «El martirio de San Felipe».
«Las Antropofaunas», «Centauro», «Hombre elefante», «Hombre lagarto», «Hombre serpiente» nos conducen a la mítica, al juego y al desdoblamiento del ser humano, de la cultura, a la conjunción de la técnica tradicional con la creatividad. «La arpía», «El hombre lagarto», «Huellas», «Hombre rata», «Hombre o mujer». Me traen a la mente aquello que se dijo sobre Dalí: «El creador de este país ha reunido, en los oscuros y apartados caminos de la Realidad, las pocas partículas hacia las cuales sus instintos le guían como hacia el pie de los ídolos. Muchas veces una línea recta representa un ser humano, porque en ese ser humano amó tan sólo la línea recta; del mismo modo el pájaro es presentado por una pluma, por la flecha veloz de su vuelo o por la marca de sus garras. Algunas veces de la humanidad queda tan sólo la marca de una pisada en la arena húmeda; y la espermática fusión de los sexos es trasladada sólo por una hebra»
Ese dinamismo vital-¦
Amancio es un artista que combina el arcaísmo primitivo con la temporalidad, un arpista ciego que nos recuerda a Duchamp en el movimiento y volumen, a Bacon y el neofigurativismo, en el expresionismo de sus figuras, donde se manifiesta el hombre angustiado con la muerte, pero entusiasmado con el arte, a Rodin en el movimiento, la masa, la luz, el volumen, la textura, en el gusto por la superficies rugosas, de aspecto indeterminado, en el interés por la imperfección y lo inconcluso, en la consideración de la fealdad como objeto de arte, en el estudio de las diversas facetas del ser humano, dando gran importancia a la sensibilidad. También descubrimos, en la elegancia de sus personajes mitológicos, a De Thörvaldsen y, en el afán de penetrar en la psicología del retrato, patente en los trabajos de taller, a Jean Antoine Houdon. Le asociamos a Lucian Freud, en el contorsionismo de los cuerpos y la sugerencia de los mismos, a Artaud y su pretensión de hacer volver la lucidez expuesta, la crueldad de la consciencia, a Scopas en la ruptura con el equilibrio del arte clásico en favor de la exaltación y de la representación de los sentimiento, así como en su técnica del trépano, que proporciona, mediante incisiones en la obra, los efectos de claroscuro, a Ferrant y su preocupación por lo cotidiano y anecdótico, a Chirico, Moore, a Barral y su simplificación en favor de la energía y el volumen, a Manolo Hugué y su dinamismo interno, ese dinamismo vital que precede al cuerpo, a Miguel Ángel en su fuerza y carácter inacabado, a Picasso, Oleico-¦y a tantos otros.
Todas sus obras son alegorías sobre la brevedad de la vida, el dolor, la aceptación de nuestros sueños y miserias, un reclamo que utiliza para poner frente al espejo a unos seres vulnerables, que continuamente alquilan dioses para seguir viviendo. Para Amancio la figura humana constituye un escalón más en esa búsqueda de todo artista. Y dentro de ese proceso, en sus últimos trabajos, combina el elemento geométrico, que representa al mundo estandarizado con ese otro orgánico y asimétrico, encarnado por el individuo. Las aristas y los vértices conviven con las curvas y el movimiento, las necesidades sociales con el deseo, la singularidad con la robótica. No es una pretensión puramente estética, sino la búsqueda de esa simbiosis mediante la integración de dos mundos, buscando la esencia de ambos.
Amancio es El hombre hormiga y su Cuenta atrás , La memoria del dolor escrita en un Centauro , El sueño de un filántropo en una Tierra muerta , el Ganapán y su Sábana negra , La luna del Hombre pájaro con pico azul , los Años y sueños de la Vieja negrilla .
Amancio es la Carne rota en el Taller del hechizo , El hombre caja en El café de las tres , una Cuerda de esclavos con Alas de mariposa , La bestia y El pensador , El ídolo y El parásito , El hombre larva y El dragón .
Amancio es Octubre . El fuego en las manos de Un amor secreto , la Eclipse de Las miradas cruzadas en los Cristales del baño , El equilibrio inestable de un Caballo loco .
Amancio es La maza y La estela , El agua que fluye Entre tu casa y la mía , Las palabras oxidadas en el corazón del Hombre del saco , Las huellas de un Pájaro muerto , La madre del Hombre elefante , El tránsito de los Anillos en un Tronco de olivo ,-¦ Un paso más hacia el Preámbulo del fuego .
Amancio es el deseo de ser más, la búsqueda de lo genuino en un mundo cuadriculado, el reto diario de un artista que se enfrenta a lo desconocido, a lo inabarcable, un artista que desnuda las piedras hasta robarles el alma.