Diario de León

El rigor de este fuego que enloquece

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León

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Croniria

Raquel Lanseros. XIII Premio Internacional «Antonio Machado en Baeza», Hiperión, Madrid, 2009. 70 pp.

JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ

Libro tras libro, Raquel Lanseros ha ido afirmando su voz hasta alcanzar un puesto firme en el salón de la poesía. Croniria es otro paso más, acaso el más seguro por ahora. Esta poesía nos agarra, tira de nosotros, porque la poeta habla con corazón apasionado y con la audacia de una mujer de nuestro tiempo, dueña de su cuerpo y de su libertad. Esta poesía respira vida, con sus afanes y contradicciones. Y en ese respirar vida el «querido cuerpo mío» es la presencia primera. Celebración del cuerpo, celebración del goce, del amor, de la atracción que ejercen otros cuerpos, de «esta fusión bendita hecha de entrañas»; también del vigor y la belleza. Léase al respecto el poema «Apetito prohibido», dirigido a «mi hombre entre hombres» desde el sobresalto de la atracción incontenible («Tu belleza me ensarta el cielo hasta las venas»). «A propósito de Eros» es uno de los poemas más audaces y poderosos de este libro, en el que canta la libertad de la rendida de amor que en «la esclavitud se muestra soberana». Hay en tal poema una declaración apasionada de entrega al gozo del amor: «me confieso deudora de la carne / y de todos sus íntimos vaivenes»; «Porque sé amar, porque probé la fruta / y no maldije nunca su sabor agridulce... / porque resisto en pie, con humilde firmeza, / el rigor de este fuego que enloquece». Los poemas son, como ya indiqué, una celebración de la vida, de «el rumor sagrado de la vida», pero no desde, la candidez, sino desde la conciencia temporal que aparece en poemas como «Blues horizontal» o «2059». Desde esa conciencia se celebra también la alegría verdadera, que no es «ingenuidad, simpleza, / candidez, inocencia», ni euforia, sino algo «que convierte el alma en lugar habitable» y que es libertad y gozo íntimo (¿cómo no recordar con Claudio Rodríguez que «la más honda verdad es la alegría»?).

La poesía nace también cuando el amor es una ausencia: «Qué hago sin ti» es un hermoso poema en tal sentido. El amor no es concebible sin las alas negras de la ausencia, el deseo, el ideal, etc. Aún en esos casos, la poesía de Raquel Lanseros aparece habitada por las huellas («Certificado de huella»), las heridas y las cicatrices que el amor ha dejado, o por una ausencia que «está avanzando viscosa como un pesado dique», con la imagen plástica de «una noche de viernes y una cama vacía» («Boceto de sombras») o una cama helada en otro poema más melancólico, en el que se canta la pérdida, el olvido «que se mide por ausencias y papeles en blanco» y el silencio que «deja tras de sí un paisaje en ruinas». «Perdonen la tristeza» se titula un poema apesadumbrado, construido desde el vacío y una especie de sentimiento de culpa: «Yo que no he conseguido iluminar tu vida...». Pero la poeta no se rinde y cierra su libro con una «Canción de la trinchera» que a mí me recuerda, no sé por qué, alguna de las súplicas de Juan Ruiz: «Señor Amor, dueño del cielo y de la tierra...». Amor poderoso, amo y señor, «dios omnipotente», ante quien, pese a las derrotas sufridas se ofrece sumisa: es un poema formidable.

Muchas más cabría decir, como la constatación del decurso temporal, sobre todo en la tercera parte, o el acierto de comparaciones e imágenes, como en «La serpiente», construido sobre el símil que resumen estos versos: «Igual que una culebra fingidora / el tiempo suele darnos la ventaja / de pensar que no existe su amenaza». Todo ello se deja al buen entendimiento del lector.

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