Cerrar
Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Hacía quince minutos que el autocar había salido de Bruselas en dirección a Gante. Marie, sentada en la parte trasera, estaba abrumada de dolor por la muerte de su madre. Viajaba para asistir a su funeral. Mientras su hija se apoyaba dormida sobre su hombro, contemplaba a través de la neblina producida por las lágrimas que empañaban sus ojos aquel paisaje de árboles inmensos, alguno de ellos roto por el fuerte viento del día anterior, y una vegetación exuberante.

Al otro lado del pasillo un hombre escribía incansablemente en un cuaderno. Por un momento, Marie desvió su atención hacia él, pensando en lo que estaría escribiendo con tanto interés; ella se sentía incapaz de interesarse por nada. Tomó una pastilla tranquilizante y se adormeció como su hija. Aun así, pudo oír cada vez más cercana, la sirena de un coche de policía. La mayoría de los pasajeros eran turistas y charlaban amigablemente. La llovizna que se había iniciado al comienzo del día se había convertido en una lluvia torrencial y su angustia se hizo mayor. Vio correr a un hombre como en una exhalación.

Sus piernas casi volaban en la huida. Había luchado en la clandestinidad por unos ideales independentistas que casi nadie compartía y menos por los métodos violentos que utilizaban. Su entrenamiento le permitía alcanzar una velocidad casi superior a la del coche de policía que le venía siguiendo. En un acto desesperado por huir se colocó frente al autocar moviendo desesperadamente los brazos con la intención de que se detuviera.

El conductor llevaba el volante con seguridad. Había hecho aquel recorrido en innumerables ocasiones. Pero el hombre, frente a él, a pocos metros de distancia, le hizo girar bruscamente. No tuvo el tiempo ni los reflejos suficientes para realizar bien la maniobra.

El vehículo volcó y enseguida salieron de él inmensas llamaradas. Murieron casi todos. Cinco personas heridas y en estado crítico fueron trasladadas inmediatamente al hospital más cercano. Resultó difícil identificar a los muertos.

Junto a Marie y su hija, en postura fetal, había restos de unas pastillas tranquilizantes. Cerca de otro cadáver había un cuaderno con fragmentos de poemas con las hojas no quemadas totalmente por el fuego. Los cristales destrozados de las ventanillas sobre el suelo nunca más permitirían ver el paisaje. A la fuerte lluvia se unió una tormenta, acompañada de un viento huracanado que se derramaba sin piedad sobre aquel montículo formado por hierros y cuerpos calcinados.

El conductor, logró sobrevivir y, al día siguiente, aún bajo los efectos del shock sufrido habló en la prensa sobre la historia de aquel hombre que se había interpuesto en su camino. En su loca carrera por huir de la policía se había colocado frente al autocar como un suicida. Dijeron que era miembro de un comando terrorista extranjero. Se le consideraba autor de varios atentados de consecuencias mortales. Seguramente, al pensar que tendría que enfrentarse a largos interrogatorios policiales, a delatar a sus compañeros y asumir una larga pena de cárcel, y sin que nadie pudiera advertirlo, cuando le llevaron al hospital desconectó los tubos y máquinas del cuerpo que le mantenían con vida, lo que le llevó a una muerte lenta y dolorosa, como una condena.

A las cinco de la tarde, inútilmente la hermana de Marie seguía esperando su llegada aquella tarde de domingo. Tiempo después, la editorial que iba a publicar los últimos poemas de George tuvo que olvidarse de aquel gran poeta y los que soñaron sumergirse en el encanto de la ciudad de Gante no llegaron a ocupar las plazas de hotel que tenían reservadas.

Pero los que milagrosamente lograron salvarse pudieron contemplarla, en un día espléndido, con ese sol de finales de verano que se refleja de una forma tan especial en tantos antiguos y hermosos monumentos.