Entre la realidad política y la ficción creativa
La luz crespuscular
Joaquín Leguina. Ed. Alfaguara, Madrid, 2009. 542 pp.
Rompiendo la atonía literaria de los libros de memorias (especialmente por su casi nula existencia en la literatura española), Joaquín Leguina da a la luz una obra que es un balance vital y, de alguna manera, un ajuste de cuentas con ciertos aspectos de la política española actual. Con un título tomado de la canción de Jorge Sepúlveda «Mirando al mar», recrea una autobiografía que une, junto a la crónica objetiva de su vida, una recreación subjetiva y literaria de su generación. A la confesión del comienzo de la obra, «a mis sesenta y cinco años, me siento viejo», se une una certera confesión creativa: «la literatura embarcada en la autobiografía puede ser redentora y bella, mas para ello el escritor ha de reelaborar su propia memoria» (p.43). Desde este planteamiento se entiende y justifica el doble registro narrativo, deficientemente diferenciado en su tipografía: la relación de lo que ha sido su verdadera peripecia vital y la invención de una trayectoria personal. De ahí lo oportuno de la cita: «Esto que ahora escribo pretende contar el porqué de unos hechos que resultaron significativos en esa parte de la Historia de España que fue la del franquismo, pero todo ello, mal que bien, está explicado ya por sociólogos, por economistas o por historiadores-¦ y lo que yo trato de sacar a la luz es la emoción que sentí» (p. 143). La doble visión se completa a lo largo de diversos pasajes con la versión, entrecomillada y en primera persona, de algunas mujeres decisivas en la vida del narrador.
La luz crepuscular tiene el valor de lo que recuerda Joaquín Leguina, con una admirable sinceridad, y lo que nos cuenta Ángel Egusquiza, alter ego literario del autor, más propenso a la ensoñación y a los recuerdos. Hay por tanto una versión de la política española, recuperada con valentía y sentido crítico, sin esquivar momentos delicados o actuaciones de ciertos personajes, como es el caso de Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero. Subyacente a ella discurren las tribulaciones personales de Ángel Egusquiza, un tipo progresista en su juventud, cosmopolita, conocedor de diversas culturas-¦ pero derrotado al final por elementales principios que su turbulencia vital le ha hecho olvidar. Sus variadas aventuras femeninas tienen un triste o interesado desenlace burgués, según los casos. En estas vivencias, no deja de ofrecer cierto riesgo de hipérbole la trayectoria de su hija, por mucho que pueda ser paradigma frecuente de cierta juventud de esos años de la movida madrileña. Igualmente resulta un poco artificioso el pasado de Techa, la madre del narrador, descubierto un poco deus ex machina , casi como epílogo de la obra.
A pesar de las reticencias apuntadas, hay que decir que La luz crepuscular es una obra muy digna, de grandes atractivos literarios, tanto por la soltura de su estilo como por el trasfondo cultural del narrador, poco habitual en los políticos de ese momento. A ello hay que unir el sentido de metáfora que tiene la obra, especialmente en la versión, subjetiva, y tantas veces nostálgica, de Ángel Egusquiza, contraste creativo de las experiencias personales.