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Publicado por
ANA CRISTINA PASTRANA
León

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Cuando un hombre ha sido humillado y despreciado ante los demás, se siente horrorizado ante su vulnerabilidad y toda la miseria imaginable empaña la vanidad de eso que llamamos alma, abortando una frustración tan grande que nada ni nadie consigue devolverle la dignidad perdida. Tampoco el extremo dolor físico logra paliar el daño del espíritu vituperado. Aunque desee estar muerto para eludir el recuerdo, ese sentimiento, contra el que lucha de por vida, sólo se irá acallando con el tiempo, porque la vejez no significa otra cosa que dejar de sufrir.

Tal vez es ese miedo a ser vulnerables el que nos convierte en depredadores. Nuestros semejantes no constituyen una esperanza, sino una amenaza. Y nuestro odio se va desarrollando en proporción inversa a nuestra autoestima.

Gómez Domingo, pintor de miradas, escrutador de emociones, desnuda, en sus dibujos, las pasiones que nos definen. El desequilibrio, que constituye la característica humana por excelencia, es obviado por una sociedad enferma con unos principios estandarizados. Y es que por desgracia, se nos castiga más por nuestras virtudes que por nuestros defectos y somos tan pusilánimes que, embargados por pensamientos insignificantes, materiales y efímeros, etiquetamos y condenamos a los demás cuando manifiestan una conducta generosa porque no entendemos de integridad y somos incapaces de comprender que no hay mayor pobre que aquel que muere rico.

Toda la exposición que este pintor nos presenta en El Museo del Bierzo hasta junio, constituye un acercamiento a dos posturas bien conocidas por su carácter universal y atemporal. El idealismo, representado por D. Quijote, que pretende vivir su vida como una obra de arte, buscando el bien y la justicia sin descanso y sin que nada ni nadie le detenga, y el realismo, encarnado por Sancho, materialista, astuto, bromista y al propio tiempo confiado, bondadoso y leal. A uno le mueve la gloria y el sentimiento del honor, al otro la fama y el dinero. La imaginación es lo que les une, pero son tan diferentes que la imaginación de uno no puede comprender a la del otro. Lo que sí podemos descubrir es la imaginación del artista turolense que nos va guiando a través de su obra, en carbón natural y aguadas, a dos mundos que siendo bien diferentes, acaban congratulándose y gracias a la generosidad de ambos, enriqueciendo sus vidas.

Gómez Domingo es un pintor que conoce bien su oficio y sabe que en el mismo no existen metas, sólo caminos para descifrar la verdad. Lo esencial está en la idea y la capacidad del artista para representarla. El reto consiste en descubrirse, en utilizar los mínimos recursos para lograr la máxima expresión. En toda la obra de este pintor queda evidente el desgarro del ser humano y constituye, al igual que la huella dactilar, una muestra de su esencia. El hombre que ama su trabajo va dejando en él su radiografía.

El deseo es un ideal que jamás se da por cumplido. Un hombre sin ideales es un muerto en vida. El artista, presa de ese deseo, siempre ina-cabado, persigue una meta inalcanzable. El talento le salva de la mediocridad y también le sirve de refugio. Pero cuando declina, el ser humano que habita en él comienza a delatarse. Y es que cuanto más difícil resulta ofender a nuestra vanidad es cuando nuestro orgullo acaba de ser ofendido.

Decía Einstein que el misterio es la cosa más bonita que podemos experimentar, es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos. Lo importante en la vida es no dejar de hacerse preguntas. Caricaturizamos al idealista cuando somos víctimas del miedo y presas de la culpa. Bien sabemos que al crecer hemos matado al niño que habita en nosotros y, guiados por la ambición y los intereses, hemos renunciado a la libertad de ser más. Gómez Domingo, un pintor atemporal, es un buscador de nuevas formas técnicas y estéticas, un torero que va lidiando la vida, reconociendo que el deseo de pintar ha sido el motor de su destino.