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Si esto fuera Macondo o, al menos, un pueblo con palmeras-¦ Cuentos de un reino menguante

Francisco Flecha Andrés. Universidad de León, León, 2010. 348 pp.

NICOLÁS MIÑAMBRES

No es fácil descubrir en estos tiempos títulos que presenten connotaciones tan evocadoras como el de esta selección de cuentos. El título apareció ya como epígrafe de un relato incluido en El vuelo del milano. Retablillo de historias y relatos para repoblar las tierras abrasadas de estos pueblos de La Nava (2006). Sin embargo, el epígrafe presenta ahora una diferencia que no debe pasar desapercibida al lector. El título del cuento no se cerraba con el final misterioso que suponen los puntos suspensivos. Justo es recordar su continuación: «Si esto fuera Macondo o, al menos, un pueblo con palmeras, sería muy fácil escribir historias redondas de cualquier familia; porque después de todo, ¿qué tenían de especial esos Buendía?». Eso es lo que piensa la protagonista del primer relato, una mujer misteriosa, acogida al final de su vida en esa Casa de Reposo, denominada con un bello eufemismo: «Casa de Reposo el Nuevo Mundo». Ese es también el ofrecimiento del narrador, no exento de una subliminal captatio benevolentiae : «Y esto es lo que aquí traigo: un manojo de cuentos y relatos, de historias canallas, de pequeños chascarrillos o, a veces solamente, viejos chistes recrecidos en historias» (p.17)

Como en la obra primera, la presente recopilación (que recoge varios de los relatos anteriores) tiene como contexto, humano y espacial, las tierras de La Nava, convertidas ahora en este «reino menguante», cuyo contenido se anticipa metafóricamente: «Pequeñas historias de un reino que dicen que existió por estos valles cuando los osos cazaban a los reyes en justa represalia a sus ballestas». Poco importa la verosimilitud de la entradilla. El hecho cierto es que las páginas de Si esto fuera Macondo-¦ esconden verdaderas delicias narrativas, resueltas con inesperados y originales registros literarios.

La actitud del autor resulta variada según los relatos y sus técnicas. Hay sin embargo, en «La noche de las cigüeñas», una confesión que puede ser símbolo del espíritu de la obra: «Cosas mínimas. En fin, literatura de costumbres. El infame costumbrismo del que, siguiendo el canon imperante, parece que debe uno avergonzarse» (p. 218). Todo lo narrado tiene en el fondo como contexto humano y espacial, a este «reino menguante», pero el tratamiento estético del que el autor lo dota, lo hace universal. Desde estas tierras de la Nava, o este viejo reino, la acción se universaliza. Unas veces será con la ubicación del relato en tierras asturianas, galaicas o en exóticos rincones del mundo. Otras, en cambio, serán los personajes los elementos de tan milagrosa y feliz transformación.

La variada serie de recursos narrativos hacen imposible la enumeración. Abarcan desde la escenificación jocosa, e hilarante en muchos casos, de chascarrillos populares hasta la creación de escenas de brevísimo lirismo. Atractivo muy especial presentan las semblanzas de ciertos personajes, de raíz humana perfectamente identificable. O aquellos que viven ya acuciados por la serena angustia de la soledad, como el descrito en «El viejo profesor». No falta el sentimiento del fracaso vital desangelado que se intuye en «Árbol frondoso». En este campo, se sitúa el recuerdo de eximios narradores leoneses, como Antonio Pereira, en «Fábula moral del maestro Pereira (versión apócrifa»). De gran acierto son muchas de las descripciones de espacio o edificios, transformados, con breves trazos, en símbolos de actitudes humanas, como ocurre en «La noche de las cigüeñas». El realismo mágico del final de este relato se hace presente en otras ocasiones, como es el caso del bello e irreal desenlace de «Evaristo y el mar».

Una parte esencial, que funciona casi como bastidor temático de la obra, son las ocho curiosas secuencias tituladas «Educando a Tarzán». En ellas aflora la vena crítica, sin excluir un claro sentido didáctico, por parte del autor. No responden en teoría a un tono festivo, pero aportan una curiosa visión de los humanos. Es una vez más la vieja aspiración clásica del «enseñar deleitando». Deleite lector del que están empapadas estas bellas páginas de Francisco Flecha.

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