Diario de León
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León

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Las infinitas pisadas que pacientes peregrinos

han dejado desde antiguo impresas sobre la tierra,

las catedrales, iglesias y ermitas de tantos sitios

que han erigido las gentes con esfuerzo, piedra a piedra,

y hasta la fe, las promesas, la devoción o el turismo,

han conseguido su meta:

darle al Camino prestigio

y acrecentar su leyenda.

Tanta envidia tuvo el cielo de hombres, mujeres y niños

que a lo largo de la historia transitaron dicha senda,

a pie descalzo los pobres, a caballo los más ricos,

el más débil con cayado y, hoy, el fuerte en bicicleta,

que marcó en el firmamento, una Vía hasta el destino:

Santiago de Compostela,

«Campus Stellae» latino,

nuestro «Campo de la estrella».

Son cuatro comunidades las que abarca el recorrido,

más de doscientas paradas, sumando pueblos y aldeas,

doscientos cincuenta albergues donde poder caer rendido,

e infinitos los lugares donde disfrutar la siesta.

Tiene la naturaleza mil y un rincón escondidos,

y la ruta jacobea

nos ayuda a descubrirlos

paso a paso, huella a huella.

Llegar a la Puerta Santa se convierte en sueño vivo

de los que empiezan la ruta en la frontera francesa.

Roncesvalles, Villatuerta, Nájera y Santo Domingo,

Tardajos, Castrojeriz, Villalcázar y Revenga,

O Cebreiro, Triacastela, Melide, Arzúa y O Pino.

Y muchos más entre medias,

que de León nada he escrito

y requiere muchas letras.

Nuestra provincia merece honores de reino antiguo,

no es baladí, celebramos mil cien años estas fechas,

por eso me comprometo, en honor a mi apellido,

a relacionar los nombres, en orden si ello se tercia,

de todos y cada uno de sus muchos municipios.

Del Camino en nuestra tierra, Sahagún se convierte en puerta;

iglesias no es que le falten, de San Lorenzo a San Tirso

pasando La Peregrina, y todo en arte mudéjar.

Antes de El Burgo Ranero, Bercianos del Real Camino.

Tras Reliegos va Mansilla, con su puente sobre el Esla,

Villamoros y otro Puente, Villarente, en otro río.

A Valldelafuente llegas dejado atrás Arcahueja,

y después ves Puente Castro desde el Alto del Portillo.

Atravesando el Torío por un gran puente de piedra,

en León entras, romero, pon alerta tus sentidos.

Una fuente y ves Santa Ana, después la Puerta Moneda,

la Parroquia del Mercado, un convento, y, de seguido,

la Rúa, la calle Ancha y la Plaza de la Regla.

De la «Pulcra Leontina», de gótico cristalino,

Santa, Iglesia y Catedral, impresionan sus vidrieras.

San Isidoro es un lujo, un placer cuasi divino,

sus románicas pinturas hacen gozar a cualquiera.

Y plateresco es San Marcos, de destino variopinto:

parador, prisión, convento, hospital, museo y escuela.

De esta ciudad ya nos vamos igual que cuando vinimos:

por otro puente de piedra, sobre otro río, el Bernesga,

buscando el siguiente pueblo, que es Trobajo del Camino.

La Virgen ya se divisa allí, al final de una cuesta.

Con Valverde y San Miguel continuamos el periplo,

y encontramos Villadangos después de una larga recta.

A San Martín llegas antes que a un Puentte muy conocido:

el de Hospital, Paso Honroso, que de las fieras peleas

de Don Suero de Quiñones, fue silencioso testigo.

Villares y Santibáñez, llamado de Valdeiglesias,

nos llevan hasta San Justo, desde donde ya sentimos

la antigua Asturica Augusta, Astorga, que nos espera.

Tiene Ergástula, murallas y muchos otros vestigios

de su época romana, pero de Gaudí embelesa

su Palacio Episcopal, gran joya del modernismo.

Tras Murias de Rechivaldo, Santa Catalina cerca,

y El Ganso, y Rabanal, una vez más del Camino.

Los sufridos caminantes Foncebadón atraviesan

echando en La Cruz de Ferro, guijarros siglo tras siglo.

Manjarín, Acebo y Riego antes de Molinaseca,

con un fresco río Meruelo y un blasón por edificio.

De Ponferrada destaca la soberbia silueta,

atalaya sobre el Sil, de su templario castillo,

la Basílica a La Encina, patrona también de fiestas,

y La Torre del Reloj de singular atractivo.

Continuamos nuestra ruta: Columbrianos, Fuentes Nuevas,

y Camponaraya al lado, en medio del Bierzo mismo.

Bergidum Flavium llamado, de Cacabellos nos suena

su Palacio de Canedo, «Prada a tope» el distintivo.

Viene Pieros, y, más lejos, Villafranca al dar la vuelta,

con esa Calle del Agua, de renombre merecido,

y su Iglesia de Santiago, románica, la más vieja.

De la mano del Valcarce, nos pasamos de corrido

por Pereje, Trabadello, Portella, Ambasmesttas, Vega.

Aquí la senda se empina y el paisaje ya es distinto.

Ruitelán, Las Herrerías, La Faba nos lo demuestran:

llegamos a Los Ancares; sus pueblos, semivacíos.

La Laguna de Castilla me hace cumplir mi promesa:

de León, que es mi provincia, todos los nombres he dicho.

Y no está de más pedir, para completar la gesta,

rellenar nuestras andorgas con alimentos divinos.

Repasemos, pues, la lista de lo que hay en la despensa

de todas esas provincias que atraviesa este Camino.

Siete son las elegidas. De Navarra, la primera,

tomamos el pacharán; de La Rioja grandes tintos;

de Burgos buena morcilla; de Palencia ricas ciegas;

de Lugo recio aguardiente y de A Coruña albariño,

caldo que, junto al ribeiro, nos riega su «pulpo a feira».

Y hablando de nuestra tierra, de León, todo exquisito.

Lomo, pimientos del Bierzo y cecina nos dan fuerzas.

Un cocido maragato, o un potaje, o un botillo,

hay que ser bien comedido y zamparlo con prudencia.

Con un congrio con patatas puedes darte por comido,

y con sopas de ajo y ancas queda arreglada la cena.

Mantecadas, leche frita, imperiales, amarguillos,

sequillos y otros mil dulces hacen perder la cabeza.

Hogaza y prieto picudo y nos damos por servidos.

Con todas estas viandas, ¡disfrutemos de la mesa!

Dos mil diez es Año Santo porque Santiago es domingo.

El Camino hemos andado, sin apenas darnos cuenta,

siempre en buena compañía y haciendo grandes amigos.

A todos los caminantes que traen la mochila a cuestas,

les dedico estas estrofas, compuestas con gran cariño,

en la Cultural Semana del Cole «La Palomera».

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