Diario de León

PARA PERPETUAR LA MEMORIA

Los misteriosos ruidos del hogar

Publicado por
ÁNGEL DE PAZ FERNÁNDEZ
León

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En abril de 1899, mi abuela materna, Concepción, estaba en Peón para dar a luz en casa de su madre a su primer hijo, Antonio. En casa estaba, entre otros, su hermano Simón, soltero. Era la época de Pascua y, un día, su hermano había ido de fiesta a Paradela. Para ir y venir a Peón había que pasar el Sil en una barcaza y no era habitual hacerlo a horas intempestivas.

Mi abuela dormía en el primer piso. En la planta baja estaba el hogar, donde era normal que permaneciera el pote, con el caldo sobrante, hasta que se terminaba. El caldo tradicional ganaba sabor y solía hacerse una vez a la semana. Pasada la medianoche, unos ruidos en la cocina despertaron a mi abuela. Oyó como si alguien destapara el pote y se sirviera. Le extrañó que su hermano regresara a aquellas horas, pero segura de que no podía ser otra persona le habló:

-”¡Ay Simón! Poco te dieron de comer en la fiesta, que vienes a buscar el caldo a casa.

No le contestó nadie.

Como entonces no había las comodidades de hoy en las casas, no se levantó de la cama. Al cabo de un rato, volvió a oír ruidos y llamó:

-”¡Simón! ¡Ay Simón!

Al no obtener respuesta, encendió un farol y bajó a la cocina a ver qué pasaba con el pote. Lo encontró intacto. Nadie había tocado el caldo. Volvió a la cama intrigada.

P or la mañana temprano, regresó su hermano Simón de la fiesta y comentaron lo que había pasado. Su madre había oído también los ruidos, pero no les dio importancia, convencida de que era su hijo que regresaba. Se quedaron todos preocupados. Alguien les sugirió que lo consultasen con un sacerdote de aquellos pueblos, que tenía fama de ser entendido en cosas de meigas y aparecidos. Hoy diríamos que era experto en parapsicología. Así lo hicieron. El sacerdote inquirió todos los detalles y les preguntó.

-”¿Tienen algún familiar próximo fuera de casa?

-”Sí. Tenemos a mi hermano, Pedro, en la Argentina -”dijo mi abuela.

-”Bien. No les aseguro nada, pero recen por él, por si acaso.

Las noticias entonces corrían más despacio que hoy; pero, al cabo de un mes, más o menos, mis bisabuelos recibieron una carta en la que les comunicaban que su hijo Pedro había muerto de accidente, precisamente en aquellas fechas en que su madre y su hermana habían oído los ruidos en la cocina. ¿Habría venido a casa a despedirse? Mi madre así lo aseguraba. Para ella y para mi abuela no era una pregunta. Pedro había venido a despedirse de la casa paterna; y ningún rincón más acogedor que la cocina con el pote de caldo a punto.

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