Diario de León

Una mirada sentimentalde las tierras leonesas

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Esta es la tierra de nuestros antepasados

Vicente de Barrio. Prólogo de Pedro G. Trapiello. Fotografías de Daniel Martín García. Ed. Lobo Sapiens, León, 2010. 186 pp.

NICOLÁS MIÑAMBRES

Con un bello título (tomado del himno de Gales, pueblo del que Vicente de Barrio se considera admirador ferviente) se adentran estas páginas en la esencia del paisaje leonés. Como todo libro de viajes que se precie, la mirada de la realidad queda tamizada por la subjetividad de quien la contempla. Y es justo confesar que Vicente de Barrio (hombre de variados recursos creativos y registros profesionales) se adentra en estas rutas leonesas con un cierto sentido del temor, con el agobio que impone la responsabilidad creativa, falsamente convencido de la casi nula trascendencia de su obra: «Este libro no pretende nada. Sólo contar lo que a mí me dice un pico o un río o un árbol. Y, así, con estas premisas, no se va a ninguna parte» (p. 177). Pero no es cierta esta autocrítica, fruto tal vez de una suerte de captatio benevolentiae.

La obra se ajusta al recorrido de tantas otras, pero no lo hace su mirada, alejada de tópicos y lugares comunes. Tal vez porque se trata de una visión personal, una visión sentimental, plena de nostalgia y cargada de pesimismo. Si hay en ella un eco de la mirada azoriniana (sin que falten recursos estilísticos de Cela) también a Vicente de Barrio le duele León. La mirada busca en esencia el hallazgo de la intrahistoria unamuniana, pero en un tono más humilde. No se busca la esencia de España, ni la causas de sus tribulaciones, objetivo de don Miguel de Unamuno. Se busca redescubrir el paisaje desde su sentimiento personal, recreándolo con su mirada, en un intento de convertirlo en símbolo o paradigma de esta tierra. Lo mismo ocurre con su interpretación de lo humano. Hombre de múltiples amigos y conocimientos, Vicente de Barrio traslada a las páginas la imagen de seres humildes, de entidad suficiente como para erigirse en referencia de este espacio. En el fondo, todo ello persigue reflejar su extraña armonía, a través de su mirada: «Por eso, cuando el alma está en calma, en paz, se ven las cosas con otra perspectiva de la habitual, adentrándose en la esencia de una ladera llena de árboles, del pájaro que vuela majestuosamente por los cielos infinitos» (p.106). No es extraño que, desde esta perspectiva, la visión resulte en muchos casos panteísta, dotada de un fugaz y extraño misticismo: «El viajero tiene claro que esta zona se integra en el todo cósmico. Y no sabe si es bueno o malo o regular. El viajero está encantado viendo los campos baldíos, como quemados por el azufre»(p. 106).

En el fondo, la pretensión de la obra se convierte en una utopía, pero una bella utopía leonesa, trasfondo y espíritu de la obra: «Pensar en León, describir León como Dios manda, seguramente ocuparía toda una vida. Y no tengo ganas de perderla» (p. 178).

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