Diario de León

NOTAS A PIE DE PÁGINA

La primera fila

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León

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ALFONSO GARCÍA

La legitimación democrática sustenta, cómo no, las políticas culturales. Y otras, por supuesto. Los diversos gobiernos tienen todo el derecho de marcar estas pautas en sus respectivas demarcaciones administrativas. Y el ciudadano ha de aceptarlas, por esta razón, aunque pueda no compartir todas o parte de ellas. Otro asunto, muy distinto, es la ejecución de esas políticas, con frecuencia disculpas para la foto o el ejercicio de cierta soberbia con la que, al parecer, pretenden sancionar o marcar los límites de «su» territorio. Y aquí está, precisamente, el error que, a mi juicio, comete buena parte de los políticos de prácticamente todo el abanico ideológico. La reincidencia, convertida en actitud, parece haber adquirido la fluidez de la moneda de curso, actitud que en ocasiones conduce al disparate. Esta circunstancia sitúa frecuentemente la anécdota en las fronteras de la categoría.

Voy con la anécdota, irrespetuosa inicialmente, tal como entiendo las cosas. No hace mucho llegué, cinco minutos antes de la hora anunciada, a escuchar una conferencia. Comenzó prácticamente media hora más tarde de la prevista, según los responsables porque la representación política aún no había hecho acto de presencia. Y el medio centenar largo de asistentes tuvimos que soportar -”no todos, pues algunos decidieron ausentarse-” la espera de tal representación. No sé por qué ni para qué. Porque, efectivamente, llegó, no habló, se sentó, eso sí, en la primera fila y no escuchó ni una palabra de lo que allí se dijo. El teléfono móvil ocupó su atención, acaso convencida la representación de que desde él -”y me recuerdo ahora de la palanca clásica-” sería capaz de mover el mundo. Es ésta una suposición generosa. Porque si el aparatito fue motivo de juego o simple distracción, el asunto se habrá convertido en tomadura de pelo.

Lo del teléfono se observa con frecuencia. No digamos lo de la primera fila.

La primera fila es, en su sentido real y metafórico, tema de especial interés. Si, como ocurre con poca frecuencia, la convocatoria cultural es de cierto relieve social, o como tal se entiende, la cosa se dispara. Incluso, entre empujones y enfados soterrados bajo sonrisas por ocupar los considerados lugares de privilegio, se da la circunstancia de que acuden al círculo de focos y flashes algunos de los que, precisamente, habían negado rotundamente la ayuda/apoyo al evento de turno. Conferencias, inauguraciones de diverso pelaje, presentaciones de lo habido y por haber, homenajes al lucero del alba, conciertos y funerales, previsiones de todo tipo pensadas en noticia se convierten en interés por la primera fila. Aunque, a veces, no se sepa muy bien de qué va el refrigerio. Me recuerda a aquel concejal elegido por no sé muy bien qué tercio que me preguntó si la reunión era para elegir Madre del Año. «No -”respondí-”, es el fallo de un Premio de Poesía». La curiosa e hilarante sucesión de anécdotas de este tono daría de sí para un libro de no escasa paginación.

En fin. Al margen de cierta ironía e irreverencia, y para evitar confusiones que algún día pueden provocar estas carreras por la primera fila, a uno le gustaría que algunos políticos, incluso estando en esos lugares de efímero privilegio, estuviesen con más frecuencia en manifestaciones de cultura. Porque es verdad que estas políticas les corresponden por derecho democrático. Pero sin que su ejecución los convierta en protagonistas, a la postre de paja. El asunto es más serio, y los ciudadanos lo que demandan no son tanto presencias -”secundarias, al fin y al cabo-” como políticas culturales activas. Esta es la cuestión.

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