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NICOLÁS MIÑAMBRES
León

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El viaje del idiota

Miguel Paz Cabanas. Ediciones Baile del Sol (col. Narrativa), Tenerife, 2010. 174 pp.

Ganador de reconocidos galardones literarios, Miguel Paz Cabanas (cuyo segundo apellido da nombre a un espacio de dudosa moralidad en la novela) se adentra en esta obra en una arriesgada experiencia narrativa, próxima al esperpento y no lejana a la astracanada de otra época. Todo ello sin olvidar los múltiples recursos de humor bufo presentes en variadas situaciones, próximas al mundo del absurdo. No falta la visión expresionista, inevitable en este tipo de situaciones, aunque probablemente no se trata de un expresionismo trascendente. El titulo de la obra anticipa al lector buena parte del sentido de estas situaciones: no hay conmiseración alguna, aun cuando el calificativo de «idiota» tenga cierta tradición literaria. Santiago, un empleado de pompas fúnebres arrastra su variado y polisémico fracaso en actitud dinámica, en un desolado in itinere , cuyos hitos, desgraciadamente, en nada alivian su caminar hacia ninguna parte. Su autorretrato es suficientemente expresivo: «Tengo cuarenta años y un coche con dos airbags»

Conviene insistir en que (salvo, y sólo fugazmente, en el desenla-

ce) no existe ningún tipo de piedad por parte del autor, ni relación alguna con cuestiones morales. En su tratamiento creativo parece aflorar un desmedido afán por cerrar todas las puertas posibles a la esperanza, pero es aquí donde el autor consigue sus pasajes más originales, aunque, tal vez, artificiosos en algún caso. Despreciado por su mujer y su hija, Santiago muestra a lo largo de la obra una doble dirección afectiva: la preocupación que le supone la vaca Teresa y la inquietud que las provocan las conversaciones cibernéticas con sus padre, quien, desde el purgatorio, va intensificando sus recriminaciones escatológicas para con él. Entre ambos extremos, el animal y el teológico, el grotesco Quijote en que se ha convertido Santiago sufrirá humillantes ofensas a través del mundo de las drogas y el sexo, siempre en su versión más arrastrada y cruel.

En su triste caminar, Santiago sólo hallará momentos de sosiego afectivo en la pensión de Sagrario, nombre evocador a todas luces por lo que atesora y esconde de afecto para con este pobre diablo. No es extraño que, al final de la obra, confiese desolado: «¿Y el viaje, de qué ha servido el viaje? (...) sólo me he topado con fantasmas» (p. 172). Por ello, hecho un guiñapo y recluido en un espacio indefinido, a Santiago sólo le queda la última huida a «la playa de los suicidas», que, sin embargo, esconde para él una esperanza, vedada a los demás: «Aunque no se lo crean, solo los idiotas como yo distinguen este tipo de sitios» (p. 174). De esta forma, el personaje queda protegido por un cierto misterio, especialmente en su recuerdo del protagonista de una famosa novela contemporánea.

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