Diario de León
Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Piedras al agua

Antonio Cabrera. Tusquets Editores, Barcelona, 2010. 112 pp.

El primer libro de Antonio Cabrera, En la estación perpetua , fue Premio de la Crítica. Después aparecerían Tierra en el cielo (2001) y Con el aire (2004). En ellos destacaba un clasicismo interior, un ritmo canónico y la perfecta unión de pensamiento y poesía, características que se decantan en Piedras al agua (2010), libro en el que, si hacemos caso al poema «Una poética», deducimos que la labor del poeta -“del poeta Cabrera- es extraer de la realidad un pensamiento, una abstracción, de modo que mirada y reflexión son elementos básicos de su poesía. Si queremos enunciarlo de otra manera, diríamos que la poesía de Cabrera mira el mundo y lo hace suyo, es decir, lo impregna de temporalidad, y al hacerlo suyo piensa sobre él y lo trasciende, lo que implica la condición reflexiva de su poesía.

El mundo, «el alrededor», accede al poema. El poeta lo observa: son cosas que permanecen o se disipan, pero ajenas al tiempo humano y a las palabras, que no las cambian ni conmueven. Las cosas son el primer peldaño hacia la abstracción e incluso hacia la «aplicación», como ocurre con el poema «Curvas»: julio, curvas cerradas, todo es fácil, pero en enero serán peligrosas; pensamiento en ascensión: el mundo «nos proporcionó el agarre y la esperanza», sin que advirtiéramos «el hielo, el no condescendiente»; pero, breve carpe diem , no pensemos en eso (invierno, tiempo, pasar), «enero está tan lejos» y «es julio el que media todavía». «Semejantes a ésta / son las pequeñas cumbres de la vida»: es el inicio de otro poema; y la zozobra ante las curvas en zigzag es la misma que sentimos ante lo inmediato desconocido que afrontamos en la vida. A la vez, sentimos que la llegada es fin de algo, que cada presente ya ha pasado, aunque al pensarlo creamos evitar su evaporación. Poemas enteros se resuelven en el afán reflexivo. El propio poeta dirá viendo pescar: «Hay un constante pez, un pez-concepto / nadando en mi cabeza». No se piense, sin embargo, en una poesía enredada en disquisiciones metafísicas. Reflexiva sí, pero cercana a las cosas, al mundo, cuya belleza, cuyo matiz, capta y expresa con la plasticidad y el vigor que observamos, por ejemplo, en poemas como «Encuentro con caballos al anochecer», por más que, finalmente, la cautela de los caballos ante lo desconocido imponga la misma actitud en el poeta, que decide, cautelosamente también, no elegir el enigma, sino «algo sencillo, sólido», tal vez aplicable a la vida.

Lo dicho vale para la primera parte de Piedras al agua . En la segunda accede al poema otro elemento complementario de la reflexión en poesía: la emoción. Nace así una espléndida elegía a la muerte de su madre, que es también meditación sobre la memoria, o traza el poeta «El espíritu de la casa» en un poema así titulado. Poesía interior, espacios limitados para el yo y los seres de sus afectos, y para las cosas habituales que, ajenas, son también límite y compañía. Y tiempo. Ya no abdica de lo emocional en la parte tercera, aunque vuelva a verterse sobre lo externo, sobre las presencias, y aunque proceda a unir «materia y teoría», observación y deducción. Y es que caracteriza a esta poesía su marchamo reflexivo, pero abierto al mundo, para verlo y para pensarlo, para extraer no la verdad de las cosas, sino una verdad poética, vale decir humana.

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