Diario de León

Feliz recuperación bibliográfica jacobea

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El Camino de Santiago.

La peregrinaciones al

sepulcro del apóstol

Walter Starkie. Traducción de Amando Lázaro Ros. Prólogo de Ian Gibson. Ed. Cálamo (col. Pasajero), Palencia, 2010. 422 pp.

NICOLÁS MIÑAMBRES

El mundo de los hispanistas es, felizmente, un mundo sin límites. Hay en muchos de ellos una visión tan peculiar de estas tierras nuestras que el lector piensa en muchos casos que su distanciamiento geográfico y personal facilita su mirada, consiguiendo interpretaciones sorprendentes. El caso del irlandés Walter Starkie resulta paradigmático a estos efectos. Autor de obras diversas sobre la cultura española, su El Camino de Santiago apareció en la Editorial Aguilar en 1958. Ahora, la Editorial palentina Cálamo lleva a cabo un feliz rescate editorial.

La peculiaridad personal, viajera y científica de Walter Starkie (además de ser un gran investigador le gustaba viajar con un violín para improvisar determinados conciertos) le permite un conocimiento exhaustivo de los terrenos que recorre, que no se redujeron a la Península Ibérica. Pertrechado de un gran sustrato erudito (sobre el que va cimentando su interpretación de la realidad que descubre en sus viaje, pero sin agobios científicos para el lector), W. Starkie está convencido de que nunca un paisaje es el mismo ni lo son los habitantes que lo pueblan. De ahí que sus experiencias viajeras se repitan y esta obra sea, en su segunda parte, el fruto literario de viajes anteriores: «En la segunda parte de este doble viaje mío -”escribe-” recojo recuerdos sacados de mis diarios de 1954, el Año santo, e incluyo incidentes de las tres peregrinaciones que hice anteriormente, durante los años de 1924 a 1952» (p. 24). La observación se confirma en un detalle humano: en la cantidad de viejos amigos de toda condición con los que se reencuentra y el probado afecto que conservan por él.

La obra se compone de dos bloques distintos. El primero, «Los peregrinos primitivos», es un acercamiento erudito al mundo de las peregrinaciones, para ambientar la peregrinación jacobea, en la que constata curiosas semejanzas con Santo Tomás de Canterbury. La segunda parte, «Un peregrino moderno», muestra con detalle la verdadera condición de Walter Starkie, que reúne en su personalidad las condiciones imprescindibles del viajero ideal: profunda información sobre el espacio que recorre, junto con su historia y facilidad para entablar relaciones con toda la gama de seres humanos con los que se tope. Curioso, afable, sensible, discreto y aficionado a los placeres de la buena mesa, Walter Starkie conecta de inmediato con cualquier ser humano con el que se tope en su camino hacia Compostela. Si a esas condiciones humanas y eruditas se le suma la excelente condición literaria en que redacta sus experiencias, la obra resulta modélica, superando el paso del tiempo. Todo ello a pesar de que la crónica de sus viajes pertenezca a esos libros modernos, incluidos en «una categoría que podría titularse Viajando sin lágrimas » .

Sea como fuere, Walter Starkie está convencido de que, a pesar de todo, existen peregrinos imbuidos del viejo espíritu, esos en los que «su estado mental se parece al del monje antiguo que se quedó en el bosque escuchando arrobado el canto divino del pájaro en el árbol» (p. 417). Curiosamente, cuando el peregrino despierta de su arrobamiento, habían pasado cien años. No es mal recuerdo.

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