Diario de León
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La mano sobre el papel

Esperanza Ortega. Ed. Cálamo, Palencia, 2010. 158 pp.

JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ

La labor callada y hacendosa de Esperanza Ortega ha ido dando excelentes frutos poéticos, como Algún día (1988), Mudanza (1994), Hilo solo (1995), Como si fuera una palabra (2002) y Poemas de las cinco estaciones (2006). De todos esos libros hay muestra cuidada y suficiente en La mano sobre el papel , antología que nos permite recorrer como lectores, en poco tiempo, el camino trazado por la poeta en muchos años. Precede a la selección de poemas una hermosa poética en la que sobresale la imagen de la mujer (Genoveva de Bravante) que, con los ojos bajos, temerosa, abre su delantal con el asombro de que los desperdicios que escondía se han transformado en flores. Es la imagen y el gesto poético de ofrecer desde la humildad y el temor un mundo metamorfoseado para salvarlo. «Poéticas no son las flores, ni el prodigio que las suscita... Poético es el gesto insignificante y poderosísimo de abrir el delantal, poético es el temblor de la mano, su carga de esperanza y de temor a lo desconocido, instante fugaz que se reitera y anula así los otros gestos, los no concertados». La poeta sabe, además, que nada es la poesía sin un lector que reciba lo entregado y lo vitalice en ese momento único en que las palabras se hacen suyas y estallan en incendio iluminador.

Conozco la obra de la poeta palentina, pero he penetrado en ese jardín como si lo hiciera por vez primera. Me sigue llegando su frescura, la frescura del agua que fertiliza cada planta, me sigue subyugando esa sencilla mirada hacia las cosas y el calor de la mano sobre el papel. Hablo, de momento, de los primeros poemas, los de Algún día , que recogen gestos, imágenes, intuiciones. De ahí la brevedad. «Recuerdo el primer día que me separé de ti». Y ese desconcierto íntimo de la soledad acongojada se vuelca en una imagen: «De pronto / la ciudad cambió de rumbo / como si fuera un barco a la deriva». Hay calor, sí, en estos poemas que aluden a gestos diarios, como el llanto de un hijo o la «pasión de alas» aún no cortadas de los alumnos de la poeta, profesora de profesión. Ya en Mudanza la poesía hace abstracción de cualquier sombra anecdótica. Abstracción y poda. Todo delicado, tenue, como visto a través de un velo sutil tendido sobre las cosas, aunque de ellas se parta para tomar vuelo. Todo se sostiene sobre la delicadeza y la finura de un ala en equilibrio. El mundo lírico de la poeta se hace inconfundible, propio de quien sabe que acaso valga más la huella que la cosa, el instante que el transcurso, de quien sabe también que la poesía no precisa ser explícita, que tal vez valga más la insinuación o el silencio. A tal aspecto corresponde el aspecto fragmentario de esta poesía, dejando al lector el campo abierto a la recomposición, a la intuición. Sin embargo los últimos poemas, los escritos entre 2006 y 2010 cobran un cuerpo más compacto y mayor desarrollo, tanto del poema como de la sintaxis, con un protagonista inquietante: Nadie. Termino con las palabras de la poeta, que alude a otras de Rilke referidas a una hendidura que se produce en el punto que separa la noche del día: «Por esa hendidura el artista se sale del tiempo y encuentra todo lo perdido, en un reino sin mudanza. Ese instante límite es el instante de la poesía».

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