Diario de León
Publicado por
J.E. MARTÍNEZ
León

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Cuando los pájaros

Rosa Romojaro. Premio «Antonio Machado en Baeza». Ed. Hiperión, Madrid, 2010. 62 pp.

Con una obra ya consolidada, Rosa Romojaro es una poeta cuyo sentido rítmico del verso, libre o no, subyuga al lector. Cuando los pájaros , su último libro, nos lo vuelve a confirmar. La contracubierta, sin duda escrita por la propia poeta, nos da el sentido del poemario y del propio título: «Si en principio los pájaros conocidos que rodean esta historia significaron la libertad, las señas de identidad, los puntos de fuga, aquellos otros que llegaron silenciaron sus trinos, los arrojaron del espacio donde se sitúa la escritura. Junto a las alas, el mar, la ensoñación y la palabra». Y es que el libro presenta un yo en comunión con el mundo, en entrega recíproca. Y hay otra entrega también inexcusable, la de la palabra: fe en la palabra, como corresponde al poeta, fe en lo que ella supone como salvación de los restos del naufragio que es la vida: «La palabra, la única certeza», afirma un poema.

El título del primer poema es ya una declaración de intenciones: «Entrega». Su lectura nos da algunas claves de comprensión de la poesía de Rosa Romojaro: comunicación con el mundo, capacidad de percibir, de ver y oír, pero también de transfigurar lo que se nos ofrece a la vista, a los sentidos; entrega al mundo y a la vida, «la que luego no existe»; afirmación del aquí y del ahora, lo que explica que los poemas se sitúen en un tiempo (septiembre, otoño...) y en un aquí que puede ser el lugar desde donde se percibe el mundo, la habitación, por ejemplo. Y entrega también a la palabra: «Y lo digo. Doy cuenta». La capacidad de refigurar el mundo nos la ofrece el poema «Transfiguración», en el que la poeta percibe los pulsos del mundo, su latir como «un corazón abierto» en ese momento único del tránsito del día a la noche, cuando hay «simulacros distantes / de un declinado sol que incendia los perfiles» y que la poeta entiende como «réplicas excitadas de la inasible luz». Y en esa hora de entrega mutua, del yo al mundo y viceversa, es cuando se percibe el latido de los seres, del mar y de la noche; en esa hora de soledad del yo con el mundo es cuando uno se siente impulsado por su reclamo. Pero la poeta sabe que no se puede mirar el mundo con inocencia. Existe la historia, existe el tiempo y la conciencia. «Sobrevivir al mal. Esa es la vida», dice un verso de «El mal». Y otro verso: «En todo, el mal y, a veces, la belleza». De ahí la labor del poeta: «Convertir la maldad en un poema». El recuerdo de Baudelaire o de Goya parece inevitable. En contraste, también existe «El bien», título de otra pieza. El bien reside en la asunción del mundo y en la capacidad de hacerlo propio en el recinto de la soledad, capaz de convertir la propia habitación en bosque, lago o fuego: transfiguración de nuevo por medio de la poesía, una poesía culta, de palabra precisa y esencial, que nos gana por su musicalidad y por su visión del mundo como recíproca entrega.

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