Diario de León

Geografías de la imaginación y la memoria

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Orillas de la ficción

Luis Mateo Díez. Del Oeste Ediciones, Badajoz, 2010. 124 pp.

A un buen número de narradores la escritura les lleva a reflexionar sobre ella misma. En el caso de Luis Mateo Díez, de la unión de experiencia propia y lectura ajena brotan reflexiones sobre la palabra que el escritor ha ido diseminando en conferencias, prólogos y demás. Algunas de esas intervenciones aparecen recogidas en Orillas de la ficción , buen título, pues lo que hace el pensador es rodear ese ámbito ficcional que habilita mundos posibles, imaginarios, sean realistas o fantásticos, ponderosos o livianos, complejos o accesibles.

En todo escritor hay un débito que Luis Mateo ha reconocido siempre. El primer sustrato de su escritura habita entre la oralidad y la memoria, entre la imaginación y lo legendario que manaba de los relatos orales en el valle de su niñez, del patrimonio anónimo que no excluía el de los primeros libros leídos. La voluntad legendaria sigue estando en su escritura, aunque enmarque sus historias en la actualidad. Hay otra voluntad de la que también habla, la de las palabras mismas: al esfuerzo por conquistarlas y dotarlas de expresividad sigue un movimiento propio de las palabras que establecen asociaciones y redes imprevistas.

Una serie de ensayos se ciernen sobre los territorios imaginarios creados por Luis Mateo. El primero, el de la ciudad de provincias, viejo empeño que cuajó singularmente en su primera novela larga, Las estaciones provinciales , una propuesta que parte de lo cercano con la pretensión de elevarlo a metafórico, ejemplo por excelencia de la ciudad inventada, reconocible por algunas señas de identidad, pero con aspiración simbólica y universal. Lo que vino después, piensa el autor, ahondó en este último sentido, ganando dosis de irrealidad a lo real, hasta dar con la ciudad de exclusiva propiedad «mateica»: «una ciudad de posguerra en la que se incrustó el invierno y está habitada por fantasmas». El camino hacia Celama necesitó, pues, un recorrido. Los artículos sobre el territorio celamesco son formidables, así como su parentesco con otras geografías imaginarias (Yoknapatawpha, Macondo, Comala, Santa María, Región). Sugiero que el lector acuda directamente a ensayos como «Celama, un escenario» para sorprender la implicación familiar del autor con el territorio del Páramo leonés para arbitrar después su trasunto literario, que es lo que importa, ese territorio entre la realidad y la ficción, metáfora de la extinción de las culturas rurales seculares, pero donde el misterio y la irrealidad fueron superando concreciones posibles hasta convertirse en un «espacio mental», acaso el espacio de los sueños. Directamente se debe recorrer «Ciudades de sombra» para observar cómo en la creación mateica la imaginación va superando a la realidad y la ciudad innominada va tomando nombre, y cómo se fue haciendo el amo de ese territorio imaginario de la provincia con capital en Ordial, y dentro de ella, de la comarca de Celama, con capital en Santa Ula: territorio del noroeste peninsular con sus ciudades de sombra, ficcionales, brotadas del sueño, de identidad irreal, en el que van a transcurrir todas sus historias a partir de El paraíso de los mortales (1998).

Luis Mateo reflexiona después sobre dos géneros practicados por él: la novela corta y el microrrelato, para el que exige identidad narrativa, sugerencia, significación y dimensión metafórica. Los últimos capítulos, más breves, recorren ideas sobre los cuentos que nos contaron, sobre la sabiduría popular que atribuye amparo al Valle, misterio al Bosque y reflejo al Río, sobre tres personajes del Camino dentro de su obra, a los que se añade el cuento, hermoso, «Sombras del Camino». Se cierra el libro con «El viaje de la ficción», el que propone en uno de sus relatos el amigo J. Mª Merino, «el gran renovador de lo fantástico». Y un viaje a la ficción es el libro de Luis Mateo Díez, que desde las orillas se ha ido sumergiendo en las aguas mismas del río secular de lo imaginario, con el pensamiento de que si las novelas desaparecieran «se habría esfumado una parte sustancial de la memoria de la vida».

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